Entra el roedor por los agujeros de las casas. Y se come el queso de las despensas. No sólo el queso. También devora hasta las hojas de los periódicos atrasados. Es su casa. Para el roedor no hay límites nítidos. Todas las fronteras son difusas. Recorre todos los pasillos y husmea todos los huecos hasta que da con la biblioteca. No respeta los libros. Devora los diccionarios y enciclopedias. Para el roedor es una delicia roer los libros de arte. A veces se atraganta porque se come el queso de los bodegones con demasiada ansiedad. Pero corretea como un loco ante los retratos de Bacon. No respeta nada el maldito roedor. Roe la enciclopedia y busca el significado de propiedad privada. El maldito roedor no entiende nada porque roe antes de leer y lo destroza todo. En la biblioteca no corre peligro. Tardan en entrar y darse cuenta de sus fechorías. La despensa es otra historia. Por el salón cruza bailando mientras los bípedos implumes miran petrificados hacia la caja de luz. En esos momentos el roedor se siente poderoso y libre. Sabe que la despensa está a su disposición. Pero no abusa el roedor. Contempla con tristeza la vida de los bípedos implumes. Siente lástima por su quietud. Están paralizados. Entonces el roedor corre hacia la biblioteca y, de rabia, porque ni siquiera le persiguen a escobazos, roe una revista de moda.