Me ha hecho mucha ilusión ver una pegatina en la puerta de los contadores del agua. Después de tanta red social y tanta pantalla, ver la foto de la candidata sonriente en mi fachada, con sus colores, eslogan y siglas, me ha animado. De las primeras elecciones solo recuerdo eso, mi afán por coleccionar pegatinas de todos los partidos que visitaban mi pueblo, allá en Castilla. Llegaban en un coche empapelado, con megáfonos que dispersaban música estridente y frases incomprensibles para nosotros, los más pequeños. Corríamos detrás hasta que nos regalaban las pegatinas. Misión cumplida. Por eso al ver una pegatina, aquí, en el siglo XXI, en una plaza de Jerez, me da la impresión de que algo conecta esas dos experiencias. Puede ser la ilusión, el pensar que la gente quiere seguir mejorando, que va a escuchar las diferentes propuestas, que va a decidir con el bien común en el horizonte... La pegatinas y los carteles traen el aire festivo de la democracia a las calles. Ya lo sé, quizás sea un ingenuidad infantil, pero no nos queda otra. También he pensado en que la pegatina irá perdiendo los colores, abrasada por el sol. Los discursos serán agrios y vacíos. Los argumentos serán embadurnados de emociones y bajas pasiones. La pegatina perderá su brillo. Todo el mensaje se irá desdibujando, hasta que empiece a ser molesta, algo que ensucie la pared.
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