No será atrapado el roedor por semejante red, porque quizás sea una red diseñada por los dinosaurios, para pies de dinosaurios. Ni los cebos son tan deliciosos como ellos piensan. Son aburridos trozos de carne, ya digerida, procesada, adulterada, rancia, de vaca loca. ¿No saben que al roedor le gusta el queso? Ni embadurnados de miel son apetitosos para el roedor esos cebos rebozados de opio o caramelo. Estos dinosaurios no saben cazar. Sólo saben aplastar con sus pisadas. Inventaron la red para embelesar a los roedores, para ayudarlos a superar el cansancio y la insatisfacción permanente. ¡Qué buenos son, en el fondo, los dinosaurios! Es una red que entretiene a los roedores: se sienten protagonistas de su propia captura. Es una red que adula a los roedores desprevenidos: se sienten creadores de sus cadenas. Es una red de seres que se sienten inteligentes, seres capaces de lanzar imágenes, plumas, contra los muros de su miseria. Estos brutos dinosaurios saben muy bien lo que hacen. Ni se han molestado en tejer la red: nos dieron la seda para que nosotros terminásemos la noble tarea. Y como libro de instrucciones: la vanidad condensada de una sociedad que se cree civilizada. Pero quizás ya no haya salida. Somos tan hacendosos que la red es cada día más tupida. Vamos cerrando los agujeros, nosotros, los sonámbulos, los que agachan la cabeza para seguir tejiendo. ¿Se librará algún roedor de semejante red? Nadie lo sabe. Porque no hay nadie fuera de la red para saberlo, para dar testimonio del milagro. Menos mal que el roedor se entretiene con la miel, con la sustancia empalagosa que supura esta red. Quizás pierda movilidad el astuto roedor, atrapado por la melaza de la pereza y el aburrimiento. Mas sabe el filósofo que todas las redes se deterioran y que no hay hilo suficiente para tanto mar, ni para tanto bronce.