¿Seremos capaces de inventar un universo donde todo tenga algún sentido? ¿Seremos capaces? Tejeremos una red de ilusiones, bien tupida, para que nuestra caída en el abismo encuentre un dulce freno, aunque inútil. Sabe el filósofo que lo humano se nutre de esa vieja habilidad. Tantas ideas, poemas y lienzos, no son nada más que la sombra de esa red urdida por el miedo y el autoengaño. ¿Seremos capaces de inventar nuevas ciudades? ¿Seremos capaces? Ni lo sabe el filósofo, porque todo el impulso original se perdió hace tiempo. Todo lo que no sea roer es una quimera fruto del aburrimiento. ¿Seremos capaces, entonces, de seguir inventando viejas historias? Nadie lo sabe. Pero tendremos que aprender a habitar en los bosques húmedos, donde el olor a tierra nos sirva de cobijo. El roedor será capaz de diluir todos sus sueños entre las hojas podridas. Y será capaz de olvidarse de que existe algo llamado bosque. Nada más. A roer los desperdicios de esta civilización del tedio. Y todos los castillos en el aire...