"No te invito, lector, a penetrar en el reino de los animales, pues siempre lo has habitado. Te animo a abrir los ojos y a disfrutar de la riqueza y la hermosura de este reino que es el tuyo. Los seres humanos no somos ángeles caídos del cielo, ni gritos en la noche, ni pura indeterminación; tampoco somos máquinas ni computadoras. Lo que somos es animales. Parimos y nacemos y comemos y respiramos y morimos como animales. Y la mayoría de nuestros genes los dedicamos a codificar nuestras funciones animales. Si quieres saber cómo es un animal, mírate al espejo. Cualquier concepción del ser humano que pretenda alejarnos de nuestra realidad natural es un fatuo ejercicio de ignorancia, autoengaño y superstición. Si queremos conocernos a fondo y saber lo que realmente somos, si valoramos la autoconciencia y la verdad, hemos de empezar por aceptarnos como seres vivos y como animales."
Jesús Mosterín. El reino de los animales. Alianza Editorial. 2013. (Prólogo)
Extender la comunidad a los animales es una idea que no va a agradar a los filósofos dualistas. Dicen los libros de filosofía que el ser humano es el único animal que tiene palabra, lenguaje. Con las palabras, dice Aristóteles, formamos conceptos y juicios. Hablamos y pensamos, sobre normas y valores. Para vivir como miembro de la comunidad política se necesita la capacidad de elaborar conceptos y discutir sobre ellos. Borrar estas fornteras va a ser difícil. Se trata de definiciones. Sin embargo, cabe la posibilidad de que se pueda formar parte de una comunidad política sin tener capacidad lingüística o racional. La comunidad política necesita la palabra y la razón para ser construida, pero puede albergar en su seno seres menos lingüísticos racionales, capaces de comunicarse y sentir simpatía, colaborar, provocar debates...