martes, 13 de junio de 2023

Jugar con la abstención

    
 LUIS MIGUEL ‘MOGA’
    Cuando repasamos los datos de la abstención en las últimas elecciones municipales y autonómicas, un escalofrío ético nos recorre todo el cuerpo. No es el punto débil de nuestras democracias representativas, sino el fuerte. El sistema está diseñado para que funcione en cualquier circunstancia, voten los que voten. Da la impresión, incluso, de que el mecanismo funciona mejor si votamos pocos. No veo mucha preocupación entre los gobernantes. Tampoco en la oposición. Parece que da igual, que no es algo esencial para la vida democrática de una sociedad.

    La representación política ha acarreado muchas críticas por parte de los demócratas radicales. Elegir a alguien para que hable por ti no tiene nada de democrático. Supone delegar un derecho o eludir una responsabilidad. La democracia debe ser directa, sin intermediarios. Si no es así, no merece ese nombre.

    Al elegir un representante, asumimos una separación, una brecha ética y política. Se crea un vínculo discontinuo. Una vez elegido, el diputado posee autonomía, vida propia… Eso no significa que carezca de obligaciones y responsabilidades éticas. Además de cumplir las leyes, debe argumentar y justificar sus decisiones. Aunque ya sabemos, lo de dar razones no siempre se cumple, ni se exige.

    En la mayoría de los casos, predominan las justificaciones técnicas, como si fuesen más objetivas y fáciles de comunicar. Entonces se corre el riesgo de convertir a nuestros diputados y concejales en meros gestores, en técnicos de la política. Si la argumentación ética y política permanece en un segundo plano, la esfera de lo común y de los asuntos de la polis se queda en nada.

    Los partidos se han convertido en maquinarias para alcanzar el poder. Ya no lo ocultan. Los representantes son engranajes de ese mecanismo. Los puestos en las listas, eso es lo que importa. Las propuestas programáticas son un adorno, un medio más. Cualquier ideal de participación ciudadana se convierte en un obstáculo, un palo que atasca el gran mecanismo. Los partidos no están dispuestos a perder el control. Así que harán todo lo posible por desactivar la participación ciudadana, ese sueño de gente poco práctica…

    La democracia participativa aparece como una utopía, un ideal inalcanzable. Parece que solo hay argumentos en contra. Somos muchos, demasiados. Tenemos un problema de espacio. No hay suficientes instalaciones comunes para realizar asambleas. Y hay poco tiempo. Los horarios laborales y los tiempos de ocio-consumo no dejan minutos para deliberar y participar en asambleas. La democracia telemática, aunque solucionaría alguno de estos inconvenientes, no es posible. Hay muchas carencias de seguridad. Por lo visto, la informática avanza en todos los campos menos en el de la democracia directa.

    Por otro lado, nos dicen, basta con ver la reacción de los ciudadanos ante la posibilidad de ser miembros de una mesa electoral para comprobar la absoluta falta de interés y compromiso democrático. Claro, responden los demócratas radicales, a nadie le interesa ir sólo a contar papeletas, pedir la identificación y tachar nombres en una lista.

    Los críticos de la democracia participativa también aseguran que no estamos preparados para tomar decisiones en asambleas y deliberar sobre los asuntos comunes. Lógico, responden los demócratas, es el fruto de la infantilización programada de esta sociedad de consumo. Nos habéis convertido en inútiles, seres pasivos y superficiales. Es lo que interesa a las maquinarias electorales.

    A lo mejor es posible avanzar en la democracia, creando un sistema mixto, progresivo, con asambleas deliberativas para temas concretos, en los barrios de las ciudades, con capacidad legislativa y ejecutiva. A lo mejor alguien se lleva una sorpresa: la gente va, aprende, decide y elige por turnos a representantes no profesionales.

    Sin embargo, siguen jugando con nuestra abstención. De hecho es una forma de participar, de crítica y resistencia, dicen otros. No votar es una manera de rebelarnos contra el sistema... Pero si todo queda solo en no votar, nuestra acción fortalece la maquinaria.

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