No me han dado mesa todavía. Y eso que llamé para reservar. Me han dicho que hay muchas solicitudes. Así que han tenido que hacer un sorteo. Los que han salido peor parados son los que tenían contratado un viaje desde mayo. Todo no puede ser. O mesa o viaje. Vivimos en una sociedad de niños mimados. Lo queremos todo. Si me dan a elegir, me quedo con la mesa. El menú es variado: hay entrantes, platos principales y postres. Todo de calidad. Lo de viajar es un engorro: horas y horas perdidas en los aeropuertos, en las estaciones de trenes y en los atascos de las carreteras. Espero que me toque mesa, al lado de la ventana, para ver el mundo mientras mastico sus frutos. En qué estarían pensando los que contrataron un viaje en mayo... Capaces de irse a Corea del Norte o Irán, donde el menú raras veces cambia. Espero que me den mesa, para comer un poco de todo, o nada. Aunque, la verdad sea dicha, a mí todos los platos me saben igual. Echan lo mismo a todos, azúcar, para que nos sepa muy bueno lo que comemos. Es algo adictivo. Un menú variado, sí, pero que sabe igual pidas lo que pidas. No estaría mal que nos consultasen a los comensales, o que nos dejasen cocinar un rato. Deberían cuidar un poco más el menú y su proceso de elaboración.
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