Cuando alguien decide retirarse a vivir en una casa alejada del mundo urbano, en un entorno natural duro o casi salvaje, con pocos vecinos o ninguno, corre el riesgo de encontrarse a sí mismo y descubrir estratos profundos e inquietantes. Reconstruir la casa, medio abandonada, significa diseñar un nuevo yo y dejar atrás las ruinas, los escombros de la vieja edificación. Al retirarse a una cabaña perdida en la naturaleza, ese alguien deja atrás una vida imposible, una existencia repleta de fracasos, infelicidad y, sobre todo, inauténtica. La casa aislada se presenta como la última oportunidad para que aquello esencial que buscábamos brote y genere una nueva vida.
Y no va a ser el entorno ni la soledad lo que se convierta en un peligro. Vamos a ser nosotros mismos, con nuestros deseos y obsesiones, con nuestras decisiones inesperadas, irreconocibles o indescifrables. El riesgo está en lo que desconocemos de nosotros mismos y en lo que no somos capaces de controlar. Aunque lo más terrible, lo que nos asusta de verdad, es lo que deseamos y lo que estaríamos dispuestos a hacer para alcanzarlo. Al hacer frente a esa realidad nos topamos con los principios morales más básicos, que pueden llegar a disolverse, evaporarse, ante nuestra nueva forma de estar en el mundo.
Sara Mesa y Andrés Ibáñez nos ofrecen dos narraciones que transitan, cada una con su estilo, por esos territorios del yo. Son novelas cortas, de unas 200 páginas, con una escritura eficaz y absorbente. El aparente minimalismo de la trama contiene una densa complejidad, sin perder en ningún momento la astucia narrativa. Las dos novelas atrapan al lector desde las primeras líneas. Pronto se percibe el aroma del misterio, la sospecha de que algo va a ocurrir en esas casas y en esas mentes. Que los protagonistas se dediquen a una tarea intelectual, reflexiva, aporta rasgos metaliterarios a lo que ocurre. Y hay una mirada ética, una pregunta implícita: ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer para lograr lo que deseamos? Aunque haya paralelismos (el escenario marco, con sus misterios y enigmas de carácter psicológico, incluso social), el tono de cada novela y la forma de resolverlas son muy diferentes.
Andrés en Nunca preguntes su nombre a un pájaro (Galaxia Gutenberg, 2020) nos cuenta cómo Horst, un escritor que pasa por un mal momento creativo, se retira a una casa perdida en las montañas del norte del estado de Nueva York. En esa misma casa vivió Winslow Patrick, un escritor admirado por el protagonista. Eva, la esposa de su hermano, va a visitarlo todas las semanas. Pero también conoce a Willard, un viejo pescador del río Delaware, y a Matt Signorelli y su amigo Kenny. “Una historia de amor se entrelaza con una de violencia en una graduada espiral de tensión que es un descenso al lado más oscuro de la psique masculina”, aclaran los editores.
La protagonista de Un amor (Anagrama, 2020), de Sara Mesa, también se dedica a la escritura, en este caso a la traducción. Nat ha dejado todo atrás para dedicarse a lo que más le gusta, traducir obras literarias, no documentos administrativos o comerciales. Ha alquilado una casa en La Escapa, un pequeño núcleo rural donde pueda trabajar tranquila. Su relación con los vecinos también es una forma de traducción. Al fin y al cabo, las interacciones sociales son de carácter lingüístico. Y las traducciones, dicen algunos filósofos, si no son imposibles son como mucho imperfectas, siempre aproximaciones. La joven traductora va conociendo al casero, a Píter el hippie, a Andreas el alemán, a la chica de la tienda, a los vecinos que vienen de la ciudad, a los ancianos que viven cerca… “Sara Mesa vuelve a confrontar al lector con los límites de su propia moral en una obra ambiciosa, arriesgada y sólida en la que, como si de una tragedia griega se tratara, las pulsiones más insospechadas de sus protagonistas van emergiendo poco a poco mientras, de forma paralela, la comunidad construye su chivo expiatorio”, se dice en la cubierta del libro.
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