Un algoritmo es un conjunto finito de instrucciones para solucionar un problema bien definido. Llevamos siglos utilizando algoritmos. Pensemos en la división. Nos dan dos números y sabemos qué pasos hay que dar para alcanzar el resultado. Hoy están de moda porque los ejecutan los ordenadores. Y han dado lugar a un campo de investigación tecnológica llamado IA, inteligencia artificial.
Ese proyecto de investigación tecnocientífica se concreta en un sueño: construir ordenadores que posean una inteligencia similar a la humana. Se busca desde mediados del siglo XX una inteligencia artificial general, que sea flexible y que pueda abordar cualquier problema: percibir objetos, realizar cálculos, jugar al ajedrez, hablar, crear, ser consciente de lo que hace, valorar… Hasta ahora solo han construido sistemas expertos, programas para solucionar algunos tipos concretos de problemas. Unos juegan al ajedrez, otros reconocen caras, otros realizan diagnósticos médicos, otros resuelven ecuaciones, otros traducen textos…
Todavía no se ha logrado diseñar una máquina que hable y comprenda de forma consciente, un programa que sirva para resolver cualquier problema, como hacemos los humanos. Es cierto que se ha avanzado. Hay sistemas de redes neuronales artificiales que pueden ser entrenadas para que aprendan. Ese aprendizaje profundo, automático, se logra entrenando a la máquina con grandes cantidades de datos. Aprenden a extraer un patrón y luego utilizarlo para realizar predicciones o creaciones. Pero estos sistemas tienen un límite. No son conscientes. No son capaces de contextualizar los patrones. Dependen de los datos preparados por los humanos. No van más allá de la sintaxis, de la relación entre símbolos, entre datos.
Los investigadores saben que sin semántica, sin consciencia, sin lenguaje y sin flexibilidad no hay verdadera comprensión inteligente. Saben que no es suficiente con utilizar inferencias deductivas o inductivas. La inteligencia humana se caracteriza por la creatividad y la construcción de hipótesis. Sin embargo, se sigue insistiendo en que más tarde o más temprano se alcanzará una inteligencia general y consciente. Es cuestión de tiempo, dicen. La computación cuántica será un salto cuantitativo y cualitativo. Solo los luditas y tecnófobos se atreverían a negarlo, remachan.
Aun así, ese sueño de la inteligencia artificial suele ser presentado como un objetivo que interesa a la humanidad. Mientras tanto, construyen programas para facilitarnos la vida en todos los ámbitos, desde la banca hasta la sanidad. Y producen mecanismos de control y explotación cada vez más sofisticados. Han diseñado sistemas inteligentes para suprimir puestos de trabajo, controlar el consumo, vigilar nuestras cuentas, manejar armas, predecir y promover opiniones…
Los procesos mecánicos han invadido desde hace mucho también el ámbito político. Hay algoritmos que interfieren en la formación de la opinión pública, con máquinas que vomitan información precocinada o con dispositivos que encauzan nuestras preferencias. Pero no todas las formas de control mecánico provienen de la IA. Recordemos que los partidos políticos son maquinarias para conseguir el poder y mantenerlo, por encima de todo, incluso de las ideas y de las personas. Son maquinarias que funcionan con autonomía.
Cadenas de montaje electoral en las fábricas del poder… Ni las élites son capaces gobernar su actividad. Por eso anhelamos una democracia en la que participen personas y se discuta de verdad sobre el bien común, donde haya deliberación y diálogo. No queremos seguir siendo piezas ni datos.
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