martes, 12 de mayo de 2020

DESMESURA NATURAL

   
Ilustración de Domingo Martínez

  Cada poco tiempo nos vemos obligados a revisar nuestra relación con la naturaleza... Las revoluciones científicas, técnicas y políticas generan cambios conceptuales profundos. Lo mismo ocurre con las catástrofes, como terremotos, inundaciones, fugas radioactivas y epidemias. Suelen causar un cuestionamiento radical del marco simbólico y conceptual vigente. Sin embargo, hay creencias muy arraigadas. Lo que más se resiste a cambiar es lo que damos por hecho de forma inconsciente y escapa al análisis racional. 
   Ya la primera frase de este artículo pone en evidencia una de esas ideas que tanto nos cuesta abandonar: nos vemos como algo separado de la naturaleza. La expresión más correcta sería “nuestra relación con el resto de la naturaleza”. Como pensamos (razonamos de forma consciente, creamos, inventamos…), entonces somos diferentes y superiores al resto de las especies. Incluso nos imaginamos como el punto culminante de la evolución... Hemos caído en la trampa de la autoconciencia: soy un ser consciente, por lo tanto pertenezco a otra dimensión de la realidad, situada más allá de lo material y de las leyes físicas y biológicas. 
   Cualquier distinción conceptual se difumina en cuanto nos acercamos y la analizamos. De entrada, cabe decir que si la naturaleza es el conjunto de todos los seres, entonces es sinónimo de realidad, de universo. Nuestra especie, por lo tanto, pertenece a la naturaleza. Y lo que hace también es natural. Visto así, carece de sentido afirmar que el ser humano va contra la naturaleza o que despliega una conducta antinatural. 
   Modificamos la naturaleza y construimos artefactos para adaptarnos al entorno y sobrevivir. La historia de la técnica, y de toda la cultura, solo puede ser explicada dentro de la evolución por selección natural. Nuestra especie, gracias a su complejidad cerebral, es capaz de diseñar herramientas para construir otras nuevas. Conocemos el entorno y lo manipulamos para satisfacer las necesidades básicas, igual que otros seres vivos. A pesar de poder hablar de diferencias cualitativas (uso del lenguaje y símbolos), somos meros organismos, eso sí, con una gran capacidad conceptual y técnica que nos permite transformar todo lo que nos rodea, incluso la especie humana. 
   Uno puede definir lo natural como aquello que no ha sido modificado por la acción humana y aún conserva su esencia, su dinámica interna original. Ahora la pregunta es si existe tal cosa… La transformación de la naturaleza no siempre se ha dado en el mismo grado. Cuando éramos cazadores-recolectores apenas dejábamos rastro. Pero con la llegada de la agricultura, la ganadería y el urbanismo todo cambió para siempre. Poco a poco fuimos capaces de domesticar a otras especies y de exprimir las fuentes de energía del planeta. Con las revoluciones industriales, lo natural pasó a ser un recurso a nuestra disposición para alimentar el sistema productivo y su sociedad de consumo. 
   Distinguir entre lo natural y lo artificial es casi imposible. El planeta es ya un artefacto global, un gran sistema técnico. Sintetizamos nuevos materiales, manipulamos el ADN de cualquier ser vivo, contaminamos el aire, los ríos y los mares… Nuestras mentes dependen de dispositivos informáticos para desenvolverse. Todo lo que vemos ha sido modificado por el ser humano de alguna manera, incluso nosotros. Conocemos la realidad con el único fin de transformarla. El saber por el saber y la experiencia estética desinteresada existen, pero son algo marginal, no el motor de nuestra civilización. 
   Los griegos decían que uno de los peores defectos del ser humano es la desmesura, la hybris. Consiste en creer que somos algo más de lo que realmente nos corresponde, en no saber cuál es nuestro lugar y transgredir los límites. Insolencia, soberbia, orgullo, desenfreno, violencia… Quien transgrede los límites por orgullo comete injusticia. Esa desmesura era castigada por los dioses, que como sabemos representaban a las fuerzas de la naturaleza. Los humanos no asumimos la fragilidad, ni reconocemos la ignorancia. Y no reconocer lo que somos trae grandes inconvenientes. En lugar de vernos como una especie más, ni mejor ni peor, que habita en este planeta, muy grande pero finito, creemos que estamos por encima de los demás seres, tanto vivos como no vivos... La insolencia conduce al desequilibrio natural y la autodestrucción.