El 24 de enero nos dejó Marvin Minsky (1927),
uno de los pioneros en las investigaciones, tanto teóricas como prácticas,
sobre inteligencia artificial. Formado en Harvard, obtuvo también un doctorado
en el Programa de Matemáticas de Princeton. En 1950 fundó junto con John
MacCarthy el laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, Instituto
Tecnológico de Massachusetts. Alcanzó grandes logros en la robótica: brazos,
pinzas y sistemas de aprendizaje. Escribió con Seymour Papert el libro titulado
“Perceptrons”. En este texto explicaban las limitaciones computacionales del
conexionismo. Recordemos que en el seno de la Inteligencia Artificial hubo dos
enfoques antagónicos, dos modelos. El modelo simbólico o sintáctico, serial, se
centraba en la manipulación formal de símbolos. El enfoque conexionista, por el
contrario, creía que la clave estaba en la simulación de redes de neuronas
trabajando en paralelo. Minsky propuso en sus obras “Sociedad de la mente” (1988)
y “La máquina de las emociones” (2006) un modelo original. La mente moviliza un
conjunto de agentes o recursos para realizar sus funciones.
Todavía
recordamos aquella predicción tan rotunda que lanzó al principio de su carrera.
Más o menos decía: “En el futuro deberíamos estar agradecidos si los robots nos
aceptan como servidores suyos, como mascotas”. Eran tiempos optimistas, cuando
las máquinas jugaban al ajedrez y demostraban teoremas matemáticos. Los
algoritmos para reproducir la racionalidad humana eran pan comido. Pero las
expectativas se diluyeron con el paso del tiempo. Los ingenieros se dieron
cuenta de que no todo es tan fácil de formalizar. Se toparon con el lenguaje,
la percepción y las emociones.
Miguel Parra |
Ahora
se sigue con la tarea, pero con los pies en el suelo. La robótica ha pasado por
sucesivas fases de modestia. Lo sistemas expertos aparecieron como algoritmos
especializados en áreas concretas de la actividad humana. Dada la complejidad
de la inteligencia, se apostó por simular a profesionales. Surgieron programas
capaces de pilotar un avión o realizar un diagnóstico tras escuchar al
paciente. Con campos semánticos acotados y una heurística específica, formas de
razonar, era más factible aproximarse a lo que realizamos los humanos cuando
somos racionales. Y de paso se patentaron programas útiles y comercializables,
aunque no todos, claro. En el campo de la robótica se insistió en la
percepción. Que una máquina capte un objeto sobre un fondo e interactúe con él
se convirtió en uno de los asuntos más arduos para la ingeniería, pero se
avanzó. Hoy hay autómatas que se mantienen de pie y se desplazan por sinuosos
entornos, aunque no manejen una representación del espacio similar a la
nuestra.
En
el camino se perdió el problema de la conciencia, la identidad y el lenguaje. A
pesar del optimismo teórico de pensadores como Minsky, Dennett o Penrose, no
resulta nada sencillo explicar estos procesos, que con tanta facilidad
dominamos los humanos. Hay dos tipos de obstáculos, los científicos y los
filosóficos.
Todavía
no disponemos de una descripción de los mecanismos físicos, químicos y biológicos
que intervienen en el hecho de estar conscientes. Aunque se van localizando las
rutas neuronales implicadas, la explicación no es completa ni se sabe en qué
nivel se encuentra, es decir, si es una propiedad emergente de alto nivel o hay
factores de carácter micro, como piensa Penrose.
Los
obstáculos filosóficos tienen que ver con ese miedo que tenemos los humanos a
las naturalizaciones. Tememos ser convertidos en lo que somos: un objeto
material, bien organizado, pero material. Tememos ser desplazados del centro
del mundo: después del heliocentrismo, el darwinismo, el marxismo y Freud, no
queremos abandonar el último reducto de lo humano. Y la inteligencia
artificial, que seguramente nos hará la vida más placentera, se presenta como
la amenaza fantasma, o algo así.
El
legado teórico de científicos como Turing o Minsky dará mucho de sí en las
próximas décadas. Fueron pensadores que abordaron la complejidad de la
inteligencia humana, primero para comprenderla y luego para reproducirla con el
fin de mejorar nuestras existencias. Si esto no es humanismo…