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Nadav Kander |
Desde que empezó la gran batalla de los dinosaurios, terrible contienda, los roedores atraviesan el bosque y los riachuelos sin miedo. Un respingo es la señal, efecto sonoro tardío, de una lucha lejana, allá en las montañas. De vez en cuando resuenan los roces de las endebles alianzas. Mas sabe el roedor que no bajarán los dinosaurios con las alforjas vacías. Querrán la victoria total o el desastre. Querrán desmenuzarse entre sí. Nos darán una lección muy vieja de anatomía. Y cuando regresen, volveremos a escondernos de sus pisadas, a contentarnos con el fluir de las sombras. Porque la lucha es horrorosa allá en las montañas. Resuenan los gemidos como si imitasen el sonido de arcaicas palabras, en un idioma desconocido para los que sólo saben huir. Allá en las montañas, apartados de la lógica y bebiendo de las fuentes del delirio, se enfrentan las bestias. Quizás nos olvidaron, piensa el ingenuo roedor. Quizás se olvidaron de nosotros para siempre. Sueña el roedor con un bosque sin pisadas, un bosque profundo, oscuro, barroco, enrevesado, un bosque atravesado por senderos impredecibles y roedores ajenos a cualquier pavor. Pero los aullidos son espantosos, allá en la montaña. Hasta siente lástima el débil roedor... Y en los sueños, cuando la noche envuelve al miedo y el miedo envuelve a la noche, habla Esquilo... Son razones oníricas las que fundamentan un edificio sin cimientos... Sabe el filósofo que la vida brota en los humildes musgos y que los grandes robles son una ficción o una pesadilla.