Cuando Nietzsche se
agarró al cuello del caballo sabía lo que hacía. Dicen que le pidió perdón en
nombre de toda la humanidad. El caballo estaba siendo maltratado por el
cochero. Fue en Turín. Es propio del filósofo o del artista susurrar al oído de
los animales. Quizás porque ya no esperan ser escuchados por los humanos,
quizás porque lo que tienen que contar es un secreto que sólo las bestias pueden comprender. Recordemos que
Beuys explicaba los cuadros a una liebre muerta que acunaba en sus brazos.
Beuys sabía lo que hacía. Nuestra noble tarea consistirá en explicar al oído de
nuestros caballos qué es lo que hacen los artistas.
Como no soy experto en caballos, he
preguntado a los que me rodean. Y casi todos me han remitido a esa excelente
película de Robert Redford titulada El
hombre que susurraba a los caballos. Muy bonita, pero no me ha servido para
nada. Hay muchas películas sobre caballos pero no he encontrado ninguna que me
aclare cómo abordar la esencia del arte con estos animales. Max Zoster, que
odiaba a los caballos debido a todo el dinero que perdió en las apuestas,
recomienda en alguno de sus fragmentos que todos los críticos de arte vean El golpe, casualmente también de Robert
Redford. Lo que no aclara es para qué nos sirve la película, si para entender
la labor del artista, del crítico o de ambos. Quizás tenga razón Manuel del
Valle y deba leer las novelas de Estefanía para comprender a los caballos.
Lo primero que debemos decir al animal es
que los artistas jamás duplican la realidad. No queremos más bestias en Jerez.
Los artistas, aunque describan y copien la realidad, nunca la duplican. No
tendría sentido. La mímesis no es mera copia. Incluso cuando los lienzos
parecen fotografías tampoco hay mera duplicidad. No se busca eso. El fotógrafo
realista tampoco quiere falsificar el mundo. No quiere entregarnos una copia y
hacerla pasar por el original. No es un falsificador de billetes o de marcas.
El animal debe saber también que el artista
no se limita a expresar sus sentimientos a través de sus creaciones, pinturas,
esculturas, instalaciones o novelas. No tendría sentido. Las obras de arte
ocultan más que muestran. No puede ser la función de una obra únicamente
expresar o reflejar la vida interior de un creador. ¡Con lo fácil que es
demostrar a los demás cómo te sientes sin convertirte en un sufrido artista!
Si apreciamos al caballo, le tendremos que
explicar con franqueza que los artistas nunca han querido transmitir ideas,
para eso están los libros de ciencia o de filosofía. Aunque lo hayan intentado,
no lo han conseguido. Ni cuando el arte ha sido heterónomo, porque lo han
utilizado las ideologías y las religiones, ha podido dedicarse únicamente a
transmitir ideas. Siempre hay algo más, algo que ni el arte conceptual supo atrapar
con su red.
Cuando Manuel del Valle me habló de esta
exposición le dije que tendría que hablar de unicornios. Pero me equivoqué de
metáfora. Al principio pensaba que para explicar la esencia del arte o la
actividad de los artistas necesitaría recurrir a la imagen de un unicornio.
Pensé que debería sostener que los
artistas sólo han pintado unicornios a lo largo de toda la historia del arte.
Estaba equivocado, al menos en parte.
Las obras de arte son Caballos de Troya. Esa
es la metáfora. Los verdaderos artistas son creadores de Caballos de Troya.
Frente a las murallas de Troya combaten Aquiles y Héctor, rapidez y fuerza. Pero es Ulises, con su astucia,
quien logra atravesar las murallas de Troya. Propone construir un bello caballo
y dejarlo como regalo... Conocemos la historia. Atravesadas las murallas del
aburrimiento, de la desidia, de la alienación, el caballo liberará sus entrañas
para destruir la ciudad, la terrible ciudad amurallada. Todas las obras de arte
son Caballos de Troya. Ahora lo he comprendido. Hasta la pintura más realista
contiene en sus entrañas una sorpresa. Nunca un caballo pintado es sólo un
caballo. Nunca un caballo de bronce es sólo un caballo de bronce. Ahora lo he
comprendido. Todas las obras de arte contienen un bucle de sentido, bucle
formal que abre infinitos senderos para la experiencia estética. La intensidad
y complejidad del bucle dependen de la maestría del artista. A veces bastará la
bella anatomía del animal para que ese bucle se desate; en otras ocasiones habrá
que romper planos y trastocar dimensiones para que brote el bucle formal; o
habrá que enfocar el objetivo con la inteligencia del arco de Ulises.
http://www.lavozdelsur.es/equus-el-caballo-en-todas-sus-dimensiones
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