Dibujar la
bandera republicana es trazar un deseo radical: con lo mínimo
representamos lo máximo. Los puntos configuran los colores de la
libertad; son sueños de personas que hablaron de nuestros derechos y
de esa justicia social que tarda en llegar. Allí donde hay un sueño
de humanidad, allí donde hay deseos de mundos mejores, allí
aparecen estas tres franjas de optimismo.
Dibujar las líneas de la libertad implica imaginar lo que no tiene lugar, lo anhelado por imposible y necesario. Los puntos, con sus espacios asociados, definen una sociedad diseñada con el lápiz de la razón ilustrada, donde cada ciudadano dibuje su vida como quiera. No trazamos líneas en el espacio porque las líneas son el espacio. El pueblo no proclamará la libertad porque el pueblo es la libertad.
Dibujar
es definir con muy poco. Max Zoster solía decir que el dibujo le
servía para esconderse entre la delgadez de las líneas. Quizás ésa
sea su esencia: construir espacios de libertad donde habitar. Los
pliegues del espacio, definidos con lo mínimo, hacen posible que
nuestra mirada se extravíe entre tantas idas y venidas. Rojo,
amarillo y morado, figura y fondo, junto y separado; bastan estas
oposiciones, estas formas de luz, para atravesar el papel y generar
un bucle perceptivo. El trazo puede mostrarnos un fragmento del
infinito.