Hay escritores que utilizan estructuras sintácticas muy complejas, un vocabulario rico y cuentan historias atractivas. Pero no los consideramos grandes escritores. Les falta algo: eso que permanece detrás de la técnica. Lo mismo ocurre en el resto de las artes. Es lo que llamamos el estilo. Quizás sea esa capacidad de utilizar los recursos formales para decir lo que se quiere decir. Esos autores que nos encantan, en muchas ocasiones, no destacan en el uso de las técnicas. Pero poseen ese algo. Quizás sea la intención de decir algo verdadero lo que nos atrae de ellos. Transmiten un estilo de vida. Ahí está la clave. El artista con estilo transmite una forma única de ver el mundo. Crea mundo. Por eso es tan difícil adquirir un estilo propio. El artista que renuncia a vivir de forma creativa no puede trasmitir esas nuevas realidades que nos apasionan. El estilo es lo que queda después de haber hablado, escrito, pintado, cantado...Para reconocer el estilo de un creador también hay que ser creador. Los que esperan el esquema oficial no puede apreciar lo nuevo. No esperan a que llegue el final para reconocer el estilo. Claro, el estilo es riesgo. Vivir con estilo supone admitir que el mundo no tiene importancia y que podría ser de otra forma. El que espera el esquema de vida oficial sólo puede vivir en un mundo, ajeno. Así que hay que leer y saborear esa forma de estar en el mundo que nos ofrece el escritor. Y hay que mirar el cuadro sabiendo que lo importante del cuadro no puede hallarse en la forma o en el contenido, porque, además de saber que ese dualismo es inaceptable, intuimos que lo que nos apasiona es ese querer decir que todo podría haber sido de otra manera.