|
Ilustración de Luis Miguel"MOGA" |
Dicen que hay una máquina que responde a todas las preguntas, que te resuelve todos los ejercicios, que escribe de maravilla y que no tarda nada… Semejante prodigio ha generado gran desasosiego entre los educadores. Esta máquina no se limita a repetir y reorganizar la información, sino que también crea y produce obras nuevas. Y por si fuera poco, sigue aprendiendo. Las habilidades de estas máquinas afectan a todos los ámbitos de nuestra experiencia: el mercado, la justicia, la política, la investigación, la seguridad… El vertiginoso desarrollo de los sistemas de Inteligencia Artificial comienza a asustar a muchos intelectuales.
Ese malestar se ha concretado en la petición de una moratoria. Se trata de una carta firmada por más de mil expertos. Piden una pausa en el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Si no se produce ese parón, correremos profundos riesgos para la sociedad y la humanidad. El objetivo de ese paréntesis de seis meses sin entrenamiento de la máquina sería garantizar la seguridad. La carrera sin control para desarrollar sistemas cada vez más potentes puede traer consecuencias indeseables. Estos programas inteligentes son cada vez más complejos. Llegará un momento que no entendamos cómo funcionan y ya no consigamos dominarlos. Además, generarán una gran destrucción de empleo y podrán ser utilizados para desinformar o controlar a los ciudadanos.
Las moratorias tecnológicas se basan en el principio de precaución. Si desconocemos los efectos reales de la aplicación de un sistema técnico, hay que esperar antes de desarrollar todas sus posibilidades prácticas. Este es un principio que raras veces se cumple completamente. Va contra otro principio básico del capitalismo: si esperas demasiado, te adelantan y dejas de ser competitivo en tu sector. Este principio de precaución es de carácter ético, apela a la prudencia, es decir, a pensar antes de actuar. Y a tomarse el tiempo que sea necesario, sin caer en la precipitación. Es un principio que choca contra los ritmos de la innovación tecnológica de hoy.
El miedo a que las máquinas sean conscientes y se rebelen contra la humanidad no debe acaparar todo el protagonismo. Hay que hablar de las consecuencias inmediatas y de los cambios que ya estamos experimentando en la vida cotidiana. Los ciudadanos, sean expertos en el tema o no, se están dando cuenta de que los sistemas de inteligencia artificial transforman nuestro modo de vida. Y es esa transformación lo que nos asusta, o debería asustarnos. Ya están cambiando nuestra forma de comunicarnos y de aprender.
Los cambios tecnológicos abren nuevos espacios de posibilidades para actuar en el mundo. Generan formas de existir nunca vistas ni imaginadas. Aunque la ciencia ficción y la literatura intentan predecir lo que se nos viene encima, las nuevas tecnologías siempre nos sorprenden. Y el mayor impacto suele darse en la vida cotidiana: usamos bombillas, trenes, aviones, televisores, teléfonos, lavadoras, microondas… Todos estos aparatos dan lugar a nuevos modos de vida.
La incertidumbre y el miedo nacen ante la emergencia de lo desconocido. No sabemos qué consecuencias va a tener el nuevo avance tecnológico en nuestras vidas. Experimentamos una sensación de pérdida, como si algo importante fuese a desaparecer para siempre, algo relativo a lo que somos, a lo que nos hace humanos. Sentimos indignación y angustia ante aquello que nos cambia radicalmente. Nada va a ser como era… Lo llevamos pensando desde los orígenes de la humanidad.
Las nuevas tecnologías de la información están integrándose en el sistema educativo. Hemos pasado de utilizar máquinas de escribir, encerados y actas de calificaciones en papel a pasar lista, poner notas o comunicarnos con las familias a través del móvil mediante las aplicaciones diseñadas por la Consejería. Ahora hay que añadir las aplicaciones de Inteligencia Artificial que están al alcance de cualquiera, capaces de liberarnos del ruinoso mecanismo de pensar… Ya están en el mercado, circulando entre los ciudadanos, para que las prueben y descubran todas sus posibilidades, que son infinitas, por lo visto. ¿Las integraremos en la práctica educativa, como hemos hecho con los demás dispositivos?
Hay que recordar que el sistema educativo no funciona de manera aislada. Es un subsistema dentro del entramado tecnocientífico, económico y político de las sociedades actuales. Los educadores no vivimos en una burbuja. El sistema educativo forma el tipo de ciudadanos que ese entramado necesita.
El problema es que el cambio tecnológico se nos presenta como algo inexorable. No hay escapatoria. Solo hay un carril de desarrollo. El que lo abandone está perdido. Solo hay un modo de vida posible. De fondo está la ideología del determinismo tecnológico unidireccional. “Solo hay una tecnología y es la que nosotros te vendemos…”. Casi nadie cuestiona el modo de vida hacia el que nos dirigimos. Es lo que ocurrió con los primeros síntomas de agotamiento de los ecosistemas. Pocos se tomaron en serio cambiar el modo de vida basado en el consumo desenfrenado. Claro que hubo voces disidentes, y las hay, pero están en los márgenes del poder. Se calificó de exagerados y catastrofistas a los que dijeron que no, que ese camino nos llevaba a acabar con el planeta. Eran utópicos, gente fuera de la realidad. No se podía ir en contra del gran entramado tecnocapitalista.
No sabemos si pasará lo mismo con los dispositivos de Inteligencia Artificial. Nos asusta imaginar una sociedad con más formas de control, con ciudadanos que consumen datos de forma masiva y pasiva, con sistemas automáticos capaces de guiar nuestras decisiones y preferencias, con gente que ya no quiera pensar más… La cuestión no es si es deseable incorporar esos sistemas inteligentes a nuestras vidas, sino cómo y para qué.