sábado, 17 de diciembre de 2022

Personalismo escéptico

Ilustración de LUIS MIGUEL ‘MOGA
    Cuando se realiza un recuento de los males éticos actuales, aparece una contradicción. Somos muy individualistas pero, al mismo tiempo, nos diluimos en la masa y formamos parte de un rebaño fácilmente manipulable.

    Cada uno va a lo suyo y solo busca el beneficio propio, sin tener en cuenta a los demás o el bien común. Los actos solidarios son escasos. Hay un culto al yo, desde lo económico hasta lo estético. Y todo el mundo habla de derechos, casi nunca de obligaciones.

    Por otro lado, seguimos las tendencias, las modas y las ideologías, de forma acrítica. La corriente nos arrastra y apenas ejercemos resistencia. Incluso presumimos de ser los primeros, de ir a la cabeza del pelotón. Nadie quiere ser excluido de lo que se lleva, de lo que nos lleva. Ser parte de esa masa no nos incomoda, sino que nos tranquiliza. El placer de ser arrastrado…

    Nunca habíamos sido tan individualistas y al mismo tiempo tan manipulables. Las sociedades son cada vez más infantiles. Generan ciudadanos con deseos infinitos, cegados por las nuevas necesidades, sin límites molestos, y siempre envueltos en un ambiente lúdico. Es la tiranía del vivir a corto plazo, sin buscarse complicaciones innecesarias. Vivimos como individuos-masa, conectados en redes programadas.

    Los ciudadanos se limitan a ser usuarios, consumidores y votantes. Forman parte del engranaje del mercado y están atrapados tanto en las jaulas burocráticas del Estado como en las redes de comunicación. El individuo se muestra egoísta y posesivo, pero acepta cadenas transparentes. La autoexplotación y la autovigilancia, a través de las nuevas tecnologías, provocan la sensación de libertad.

    Debemos pensar si solo somos eso, átomos del sistema, y si no existe otro concepto que pueda ayudarnos a resistir todas las corrientes de poder que nos atraviesan.

    Quizás haya que volver al concepto de persona, desde un punto de vista inmanente, natural y escéptico. Somos seres racionales y conscientes, dice la tradición filosófica. Seres que poseen dignidad, no precio. La persona es un fin en sí mismo, nunca un simple medio. Y somos seres vivos sociales, arraigados en una comunidad. Más que una sustancia, la persona es un límite y un haz de relaciones. No es necesario suponer una realidad espiritual trascendente para sostener que somos personas con valor absoluto.

    Claro que es natural preocuparse por uno mismo... Lo extraño es que caigamos tan fácilmente en la trampa de despreocuparnos por lo que queremos ser, y que no nos importe que nos programen. Nada debe estar por encima de uno mismo. Ni las leyes ni el mercado pueden anular a la persona. La dignidad es el límite: no querer ser un objeto para nadie ni admitir un modo de vida prediseñado.

    El método natural para resistir es la duda. Conviene desactivar todas aquellas creencias y actitudes que nos convierten en esclavos. Así, el personalismo escéptico conduce a un minimalismo existencial y cognitivo, a un estilo de vida basado en la creatividad. Se trata de crear situaciones, grietas, para huir de cualquier estructura de control. La ironía, la huida y la soledad como formas de resistencia… Para no quedar atrapados, debemos mantener cierta distancia con todas las creencias y teorías. Y si es necesario, retirarnos para observar, callados como plantas. 

    Las corrientes que nos pueden arrastrar son muy diversas. Nos asedian varios dispositivos de control: la burocracia, los protocolos, las apariencias, los contratos injustos, el consumo irracional, las exclusiones sociales, el arte aburrido y sumiso, las opiniones y prejuicios, las costumbres, la publicidad, los móviles y sus redes… Como seres racionales, somos capaces de reconocer nuestra dignidad y la de los demás. Al educar, promovemos la autonomía y la solidaridad, no el individualismo posesivo ni la moral del rebaño.

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