martes, 10 de enero de 2023

Revista de Occidente, cien años de ideas

    

    La revolución digital no ha acabado con las revistas, todo lo contrario. Las hay en diversos formatos. Algunas solo aparecen en papel, aunque se apoyen en la red para su divulgación y comercialización. Otras comparten los dos formatos, físico y digital. Y muchas ya solo son digitales. La gran ventaja de los formatos electrónicos es que los lectores disponen de archivos completos, con todos los números, incluso los que surgieron antes de la era de internet. La desventaja es la incomodidad de la lectura digital y la tendencia a la dispersión o la saturación.

    Este año celebramos el centenario de la Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset en 1923. En 2022 recibió el Premio Nacional al Fomento de la Lectura, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte. Ya en su tercera época, ahí sigue, a la vanguardia del pensamiento, solo en papel y disponible en cualquier quiosco.

    La Revista de Occidente siempre se ha preocupado por pensar el presente. Basta con revisar los índices de todos estos años para confirmar ese afán por analizar y comprender los problemas de cada momento. Para ello ha contado con las mejores mentes de todos los campos del conocimiento. Y aunque en sus páginas predomina el ensayo, también dedica espacio a la creación literaria y artística.

    Si ha alcanzado los cien años es porque reúne las cualidades necesarias para ser una buena revista. Trata temas actuales con rigor divulgativo. No hace falta ser un especialista para comprender los artículos. Además es una revista interdisciplinar. Se huye de ese saber especializado que conduce a la incomunicación y la ignorancia. Y es una revista bella y manejable. El encanto de su sencillez no tienen nada que envidiar a los complejos diseños actuales, que al imitar los entornos virtuales corren el riesgo de ser confusos y superficiales.

    El número especial del pasado diciembre está dedicado a pensar la ciencia. Colaboran científicos, ingenieros, filósofos y poetas. Más que centrarse en cuestiones de metodología y epistemología, los artículos exploran las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Si en otro tiempo eran los temas referidos a la lógica de la investigación científica los que preocupaban a los intelectuales, ahora lo que más inquieta son los efectos de la investigación y su gestión dentro de las sociedades democráticas.

    La poeta jerezana Raquel Lanseros analiza en “Poesía y descubrimiento” lo que tienen en común las ciencias y la literatura. Aunque son ámbitos muy diferentes, las ciencias y las artes nacen de la creatividad. Sin el acto creativo no hay poemas ni hipótesis científicas. Raquel reflexiona sobre qué es la inspiración, la belleza y el lenguaje. La poesía requiere palabras, un acontecimiento fisiológico. Por eso en la creatividad no todo es arbitrario. Lo que llamamos bello, o poético, quizás se rija por leyes materiales, estructuras que el creador interpreta o encauza. De ahí que no todo valga.

    Uno de los artículos que pueden sorprender al lector es el de Javier Aracil. “Cuando el uso precede al conocimiento” desmonta la visión tradicional de las relaciones entre la ciencia y la técnica. Los humanos construimos herramientas y máquinas para satisfacer nuestras necesidades y vivir mejor. A lo largo de la historia de la técnica y la ciencia, observamos cómo primero los ingenieros construyeron artefactos y luego los científicos elaboraron teorías. Primero se construyó la máquina de vapor y luego nació la termodinámica. La técnica resuelve problemas prácticos, sin necesidad de contar con una teoría científica ya completa. Aracil pone varios ejemplos. Esa supuesta prioridad temporal de la teoría sobre la técnica sí que se observa en ciertos campos a partir del siglo XX, como la energía atómica y la genética. Pero trasladar este tipo de relación a toda la historia es un error. Primero hemos construido y usado, después hemos teorizado. La solución de ciertos problema prácticos ha estimulado la creación de teorías. Y luego las teorías han servido para mejorar los artefactos.

    Otro de los temas es la relación entre ciencia y democracia. Juan Ignacio Pérez Iglesias analiza los valores compartidos por ambas instituciones. Y muestra los datos que confirman la relación tan estrecha que existe entre democracia, ciencia y desarrollo económico. Se detiene en el caso especial de China. Daniel Innerarity explora los rasgos de las nuevas formas de hacer ciencia en las sociedades actuales, en las que las separación entre legos y expertos se ha diluido. La participación de los ciudadanos está cambiando: “En el espacio entre la ciencia y la política los medios tienen la función de tramitar los temas que son de relevancia en orden a su legitimación.” Francisco López-Muñoz cuenta en “La ciencia al servicio del mal” lo que ocurrió en la Alemania nazi, un ejemplo de ciencia sin democracia.

    Por último habría que destacar el problema de las dos culturas. Andrés Moya sostiene que “la divergencia y la creciente brecha entre la ciencia y las humanidades se resuelve regresando a los principios de la educación de la filosofía griega y a la concepción de la ciencia moderna en sus orígenes”. Bárbara de Aymerich habla de cómo enseñar a descubrir la ciencia. La educación como puente integrador...

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