El tiempo va sobre ruedas hasta que se topa con el poder. Porque el tiempo pertenece a las instituciones que administran nuestras vidas, en lo político y en lo económico. Los mecanismos de precisión para medir el tiempo fueron creados para controlar los ritmos de producción y los transportes de mercancías. Lograron que todos lleváramos amarrado al cuerpo un reloj, de bolsillo o de pulsera, pero todos con una cadena. Decir que ha salido el sol o que está anocheciendo es tan impreciso y antiguo que ya solo lo encontramos en la poesía.
El poder gestiona su tiempo y el nuestro. Hay veces que todo va muy rápido, con plazos férreos, como cuando te ponen una multa o tienes que pagar impuestos. Ahí el tiempo es oro. Los plazos para pagar o solicitar ayudas son claros. El que se duerme se busca un problema. La convocatoria es clara. Está escrito y publicado. El desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento. Para talar los árboles que molestan o son un "peligro" tampoco hay demora. Primero los cortan y luego argumentan.
El tiempo propio del poder es otro asunto. Las cosas de palacio van despacio. Cuando tú vas con la lengua fuera para llegar al trabajo, los presidentes y diputados se hacen los remolones o juegan al escondite. Mientras tú pierdes una ayuda por haber presentado tarde un papel, el órgano que coordina a los jueces, nada más y nada menos, sigue sin ser renovado como la ley establece. Para nombrar un defensor del ciudadano o un interino a tiempo tampoco hay prisa. Los intereses económicos y políticos convierten los segundos en años, como en las películas de ciencia-ficción, cuando nos acercamos a un planeta muy masivo o viajamos a velocidades muy altas.
En palacio todo se vive de otra forma. Pedir un permiso de obras puede dar lugar a una espera que roce la eternidad, ya sea para abrir un negocio o para instalar unas placas que nos recuerden a los que murieron en los campos de concentración. Se ve que los ciudadanos, por mucho que lo intentemos, somos incapaces de entender esa física del tiempo burocrático, o esa metafísica, quién sabe. El poder siempre tiene una explicación para que sigas en la lista de espera o para que pagues el recargo de la sanción.
A un trabajador se le pide que llegue a tiempo. Y se invoca la responsabilidad y la seriedad. En palacio todo eso da igual. Nadie se hace responsable de las tardanzas, aunque pongan en evidencia la falta de dignidad democrática. Viven atrapados en la maquinaria de adquisición y conservación del poder, que todo lo justifica. A los demás solo nos queda esperar, otros seis meses más, a que todos los permisos estén en orden para instalar las Stolpersteine; esperar a que se nombre a un Defensor del Ciudadano; esperar a que se renueve el Consejo General del Poder Judicial; esperar a que nombren al doctor que falta; esperar a que nos devuelvan el tiempo perdido.
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