Nadie convence a nadie, porque
nadie escucha a nadie. O eso nos parece muy a menudo. Raras veces vemos que
alguien dé la razón a su interlocutor. La ideología, los intereses o el orgullo
suelen conducir al intercambio de monólogos, no al de argumentos. La ideología
sirve para ofrecer recetas, respuestas enlatadas, diga lo que diga el otro. Es
una forma de eludir la noble y ardua tarea de razonar con los demás. Antes de
subir al estrado o de hacer un comentario en la red, ya sabemos lo que vamos a
argüir, las conclusiones a las que vamos a llegar… Nadie convence a nadie,
porque nadie razona con nadie... Sin embargo, creemos que es importante saber
argumentar bien para defender nuestras tesis, no ser engañados y ser capaces de
alcanzar acuerdos.
Dice Luis Vega Reñón que argumentar es “una manera de dar
cuenta y razón de algo ante alguien en el curso de un debate”. Luis Vega ha
llevado a cabo, junto con Paula Olmos, la edición del “Compendio de Lógica,
argumentación y retórica”, publicado por la editorial Trotta. Es autor también
del ensayo “Si de argumentar se trata”, publicado por Montesinos. Para este
filósofo, argumentar es una forma de conversar, algo que hacemos en diferentes
contextos. Así, damos razones para defender una opinión o rebatir la de otra persona, justificar una decisión o un veredicto,
convencer a los lectores, fundamentar una aseveración científica, aprobar una
ley jurídica…
Todos conocemos muchos ejemplos de mala praxis
argumentativa. Basta con ver una tertulia en los medios de comunicación o un
debate parlamentario. En las conversaciones cotidianas sobre política o deporte
predomina la defensa férrea de una identidad, no la fuerza de un argumento. Nos
cuesta ponernos en el lugar del otro para comprender lo que de verdad nos
quiere decir. No solemos mostrar voluntad de entendimiento ni de acuerdo…
Analizar de forma objetiva las razones parece una utopía, pero es un ideal
regulativo que no debemos abandonar.
Los sistemas educativos siempre se han preocupado por
enseñar a debatir y discutir. Desde los sofistas hasta las actuales teorías de
la argumentación, sabemos que vivir en democracia implica debatir y argumentar
sobre cualquier asunto, ya sea ético, económico, político o cultural. En
nuestro entorno existen iniciativas que promueven el saber argumentar. Ya está
en marcha el III Concurso-debate
Álvar Núñez. Pueden participar todos
los centros de enseñanza de la localidad de Jerez de la Frontera que imparten
bachillerato y ciclos formativos de grado medio y superior. La fase final será
en marzo de 2019. Hay que formar equipos de cuatro personas. Y el tema sobre el
que se debatirá es si la libertad de expresión ha de tener límites o no, un
asunto de actualidad: algunas personas han sido duramente criticadas por
realizar bromas, canciones o declaraciones que ofenden a parte de nuestra
ciudadanía.
A la hora de preparar a nuestros alumnos para el debate, hay
que tener en cuenta las tres dimensiones de la argumentación señaladas por Luis
Vega: lógica, dialéctica y retórica. La primera, la lógica, se encarga de la
validez formal de los argumentos. Estudia si una deducción es correcta, si la
conclusión se deriva de las premisas. La dialéctica se preocupa por los
procedimientos y reglas que intervienen en la interacción entre los
participantes en el debate. Y la retórica propone recursos y estrategias
eficaces para convencer al oponente. Dicho de otra forma, saber argumentar bien
no solo consiste en conocer las leyes lógicas. La argumentación posee una
dimensión pragmática ineludible. Existen unas reglas de juego, unas normas
implícitas que llevan el debate por una senda razonable y éticamente aceptable.
Además contamos con un conjunto de estrategias que son muy útiles para
presentar nuestras razones y conducir a nuestro oponente o auditorio por donde
nos interesa.
La habilidad de argumentar puede ser
concebida como una simple herramienta formal, vacía de contenidos o valores,
una técnica que puede ser utilizada tanto para dominar como para liberar, tanto
para engañar como para desvelar la verdad. Al incluir la dimensión pragmática
debemos admitir que argumentar es una interacción social en la que intervienen
personas. Hay ciertas normas que son necesarias para que el debate sea posible
y razonable: buscamos la verdad, somos sinceros, queremos entendernos,
admitimos las buenas razones, no utilizamos al oponente como un objeto… En el
ámbito político, argumentar con soltura puede servir para sacar a la luz las
falacias, razonamientos que parecen correctos pero que no lo son, y para llegar
a acuerdos de forma civilizada cuando surge un conflicto. ¡Y para reconocer que
el otro tiene razón!