Desde lo de Sócrates los
filósofos son muy desconfiados. Que maten al hombre más sabio de Atenas no está
nada bien, un hombre que lo único que hizo fue dialogar con los ciudadanos
sobre el bien, la justicia, la verdad, la belleza… Era un tábano molesto, siempre
preguntando, un personaje incómodo. Le obligaron a brindar con cicuta, y él aceptó beberla, por coherencia, algo que
sigue asombrando a todos los mortales y preocupando a nuestros gobernantes…
Somos muy escépticos los filósofos. Sospechamos de todo, incluso de los
halagos. Nuestros representantes, y por unanimidad, vuelven a otorgar
importancia la Filosofía, dicen los titulares… Cada vez que escucho la palabra
importancia, me acuerdo de las patatas a la importancia, qué le vamos a
hacer...
El Congreso de los Diputados ha aprobado una Proposición no
de Ley para que la Filosofía sea obligatoria en los tres últimos cursos de
secundaria. Las leyes educativas anteriores habían arrinconado la materia de
Historia de la Filosofía, de segundo de Bachillerato, y habían eliminado la
Ética de 4º de ESO. La Filosofía de 1º de Bachillerato se ha mantenido como
obligatoria, con tres horas semanales. Ahora se pretende, creo entender, que la
Historia de la Filosofía vuelva a ser obligatoria para todas las modalidades de
bachillerato y que aparezca en los
exámenes de acceso a la universidad. En Andalucía (donde por lo visto todo lo
hacemos mal) ya nos dimos cuenta del error y hemos resistido, como gato panza
arriba, a semejantes embates legislativos: la Historia de la Filosofía no ha
llegado a desaparecer del todo y actualmente es obligatoria en todos los
bachilleratos, con dos horas semanales. Resulta que ahora somos la vanguardia…
El objetivo esencial de la Historia de la Filosofía no es de
carácter arqueológico, es decir, no se trata de estudiar los sistemas de
pensamiento como meras huellas del pasado, curiosidades históricas para
mantener en una vitrina. Analizamos las filosofías del pasado para comprender
nuestro presente, para saber de dónde ha surgido nuestra visión de la
naturaleza, el concepto de ser humano, la democracia, los derechos, la idea de
arte o el método científico. Quizás este ha sido el error de los que nos
dedicamos a enseñarla: no haber explicado bien este objetivo y no haberlo
concretado adecuadamente en la metodología. Un poco de autocrítica no nos viene
nada mal. Si no hemos sido capaces de mostrar la Historia de la Filosofía como
una herramienta para analizar nuestro contexto social actual, no debe
extrañarnos que los ciudadanos y gobernantes la vean como algo totalmente
prescindible.
La Filosofía promete mejorar nuestra capacidad de
argumentación y nuestro sentido crítico, y así ser más libres, justos y
tolerantes. Lo promete... Quizás ahí debemos mejorar mucho también. En lugar de
obsesionarnos con los textos y la repetición de teorías, a lo mejor deberíamos
insistir más en el pensamiento creativo y en la capacidad de razonar sobre
temas actuales. Que no se nos olvide que los representantes políticos de las
últimas décadas estudiaron muchas horas de Historia de la Filosofía…
Necesitamos, es cierto, ciudadanos que conozcan los diferentes sistemas
conceptuales, los comparen y elijan de forma autónoma el que consideren más
razonable o construyan el suyo propio. Pensar de forma autónoma no significa
pensar en el vacío, eso es imposible. La creatividad y la originalidad
fermentan en ese poso de saber que la tradición nos ha legado. Esa autonomía
puede servirnos para evitar la ofuscación ideológica, la alienación, el
fanatismo y todo tipo de falsas creencias.
Las patatas a la importancia es un guiso elaborado con un
tubérculo que fue despreciado en Europa cuando se introdujo en la dieta tras el
descubrimiento de América: comida para las bestias, decían algunos. Un guiso
con ingredientes humildes, pero que requiere mucha elaboración. Así ocurre con
la Filosofía, su ingrediente básico es el sentido común crítico que todos
poseemos, como dirían Descartes o K. Popper. Desarrollarlo exige también mucho
trabajo. Para pensar con rigor analítico, algo necesario en todas las ramas del
saber, necesitamos conocer la lógica y las formas de argumentar llevadas a cabo
en los diferentes momentos de nuestra Historia.
Es crucial entender
cómo cada modo de producción, cada sociedad, ha generado tipos de pensamiento
diferentes, con sus problemas y soluciones. Hoy tenemos los nuestros, los
propios del capitalismo tardío. Los retos de nuestras democracias y del sistema
tecnocientífico son muy complejos. Nos las tenemos que ver con la
globalización, la desigualdad y la pobreza, los nacionalismos, la clonación, la
eutanasia, la inteligencia artificial, la manipulación de la información, el
cambio climático… Todos los grandes problemas requieren, además de un
conocimiento especializado, un pensamiento de alcance global, que sea capaz de
conectar todas las esferas de la acción humana (la economía, el derecho, la
ciencia, la tecnología, las artes…) y nos permita tomar decisiones con
prudencia.