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Chiharu Shiota |
Confusos, los roedores corren de un lado para otro, como si el mundo se fuese a acabar. Corren, cómo no, los malditos roedores. Tienen derecho a correr, pero ¿hacia dónde? Aturdidos, los roedores corren entre las hojas, entre las raíces, pero nadie sabe hacia dónde... Y el gran dinosaurio observa desde su atalaya cómo la memoria de los roedores se evapora, incluso su racionalidad... Jamás contempló escena tan divertida: roedores lanzándose trapos para convencerse de sus miserias... El terrible dinosaurio reza para que los roedores no se den cuenta de que el bosque es infinito y que todo es posible... Porque el dinosaurio se alimenta de la ignorancia y el odio. Esa es su dieta. Mas sabe el filósofo que hay infinitos mundos, todos ellos en nuestra mente. Y que el gran dinosaurio será derribado cuando hablemos de los sueños de cada roedor, de cada una de las patas de cada roedor, de las sombras del roedor, de la miseria de cada roedor... Los trapos, trapos son. Es cierto que hay muchas zonas del bosque y que hay muchos recovecos. Pero si olvidamos que son zonas del bosque, recovecos del bosque, jamás podremos hacer frente a la gran pisada, a la terrible pisada del insufrible dinosaurio. Si nos obsesionamos con las raíces, necesarias, seremos incapaces de ver la sombra del gran bicho entre los árboles y sus contraluces. Y sabe el filósofo que el equilibrio entre lo vertical y lo horizontal nos proporcionará la sabiduría necesaria para seguir pensando...