La lluvia arrecia por la calle Francos mientras la noche adormece la conciencia de ruina. Quizás haya humanos al otro lado de la oscuridad. Todo cambia, nada permanece, decía Heráclito. Y nada quedará, pensamos los habitantes de una ciudad clausurada, abatida por la desidia y el desconcierto. El agua fluye por el río de las miserias, el río del olvido. Tarde o temprano reconoceremos la mirada de los cimientos. Quizás sea tarde, entonces, para imaginar. La lluvia arrecia por la plaza Plateros, y los adoquines brillan con el esplendor de siempre, de antaño. Pero ya no habrá sitio para las comedias ni las tragedias. No lo merecemos.