Después de
sesenta años de su muerte, Alan Turing (1912-1954) ha recibido el perdón real.
Esta es la noticia que hemos podido leer últimamente en varios periódicos. El
delito que cometió el gran matemático y filósofo fue ser homosexual. Para no ir
a la cárcel se le ofreció la alternativa de la castración química, que aceptó.
A los dos años apareció muerto en su laboratorio tras comer una manzana
impregnada de cianuro. Según la versión oficial, fue un suicidio. Otros
historiadores hablan de una equivocación, debido al desbarajuste de su
laboratorio. Y otros mencionan la palabra asesinato, porque sabía demasiado.
Las víctimas
de esas leyes intolerantes, injustas y homófobas han sido muy numerosas y
merecen la misma amnistía. Si Turing ha recibido tanta atención en la prensa,
se debe a que estamos ante uno de los principales matemáticos y pensadores del
siglo XX. Sus investigaciones cambiaron el rumbo de nuestra sociedad, y no sólo en el plano científico.
En 1936
publicó un artículo en el que se definía de forma precisa qué es un algoritmo
(On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem). El problema
de fondo era la decidibilidad: si existía un procedimiento para resolver todos
los problemas planteados en los sistemas formales. Un algoritmo es un conjunto
finito de pasos que nos permite, dada una entrada (input), obtener una salida
(output). Turing definió este tipo de procedimientos a través de su concepto
formal de máquina. Otros matemáticos, como A. Church, formularían definiciones
equivalentes. Quedó claro qué es computar y sus límites.
Dados su
conocimientos en computación, las autoridades británicas lo reclutaron para
intentar descifrar los mensajes que codificaba ENIGMA, una pequeña máquina para
generar órdenes en clave entre los submarinos de Hitler. Turing pudo poner en
práctica sus conocimientos matemáticos y, tras descifrar el código de los
alemanes, adelantó el final de la guerra, lo que evitó más muerte y
destrucción.
En 1950
publicó otro artículo fundamental para la historia de la informática y de la
filosofía (Computing machinery and intelligence). En ese texto se planteaba la
posibilidad de construir inteligencia artificial (IA), ordenadores capaces de
pensar como un ser humano. La máquina universal de Turing se presentaba como
una máquina capaz de ejecutar cualquier programa, cualquier conjunto de
instrucciones expresadas con precisión. Ahora bien, definir qué es pensar y qué
es inteligencia no era tan sencillo. ¿Cómo saber si un ordenador piensa,
razona? ¿Cuándo sabremos que hemos obtenido inteligencia artificial? Turing
propuso el juego de imitación, lo que hoy conocemos como el Test de Turing.
Imaginemos
que nos comunicamos a través de un teclado con dos sujetos que hay detrás de
una pared, ocultos. Uno de ellos es una persona y el otro un ordenador. Podemos
preguntar lo que queramos a cada uno de ellos. El día en que seamos incapaces
de identificar con certeza absoluta al ordenador habremos obtenido inteligencia
artificial.
Por último,
en un artículo de 1952 (The chemical basis of morphogenesis), Turing abrió otro
campo de investigación básico en la actualidad, la morfogénesis. Comenzó a
aplicar las matemáticas al surgimiento de estructuras en los seres vivos.
En
castellano disponemos de varias biografías sobre Turing. En 2013 acaba de
publicarse en la editorial Turner “Alan Turing. El pionero de la era de la
información.” de B. Jack Copeland, uno de los grandes expertos en la historia
de la inteligencia artificial y en la obra de Turing. En la editorial Nivola,
Rafael Lahoz-Beltrá ha publicado en 2005 “Turing. Del primer ordenador a la
inteligencia artificial.” Y en Antoni Bosch Editor apareció en 2007 “Alan
Turing. El hombre que sabía demasiado.” de David Leavitt.