“Estamos tan acostumbrados a tratar con objetos
de nuestra escala, que las teorías de los físicos actuales nos aturden. Los
artistas sabemos lo que significa captar mucho con poco. Quizás nuestros
cerebros sean incapaces de representar quarks o la curvatura del
espacio-tiempo.” Así respondía Max Zoster, artista y filósofo, a un periodista
mientras conversaban sobre el concepto de sublime en el arte contemporáneo...
Los seres
humanos nos definimos desde nuestra perspectiva, como seres que habitan la realidad, seres que viven entre lo
muy pequeño y lo muy grande. El mundo donde vivimos se nos presenta como la
dimensión donde las cosas muestran su esencia. Si descendemos hasta los
protones y neutrones o ascendemos hasta los cúmulos de galaxias, los objetos se
nos van de las manos. En lo microscópico las cosas se deshacen y dejan de ser
lo que son Y lo mismo ocurriría si accedemos a lo inmenso. Las grandes
distancias o velocidades distorsionan ese ser propio de las cosas. Al
acercarnos con un microscopio potente al borde de un objeto descubrimos que no
hay tal borde. Cuanto más nos acercamos, más borroso se vuelve, una niebla
difusa de electrones, mezclada con la tenue niebla de las partículas de aire
circundante.
La
ontología de la vida cotidiana ha sido siempre puesta en duda, desde Demócrito
en la antigua Grecia hasta los grandes experimentos de los aceleradores de
partículas. Siempre nos ha intrigado que las cosas existan, que exista algo en
lugar de nada. Y nos ha irritado darnos cuenta de que somos algo pero que bien
podríamos haber permanecido en la nada. Pero las viejas nociones de ser y
no-ser han sufrido una radical transformación desde los descubrimientos de la
física cuántica y la teoría de la relatividad.
Meinard
Kuhlmann, físico y filósofo, plantea en un artículo de la revista Investigación
y Ciencia (Octubre 2013) qué entiende por real la física de partículas. Las
partículas elementales no son como bolas de billar. No tienen trayectorias
continuas. No tienen propiedades individuales bien definidas. Y no podemos
decir de forma absoluta que hay o no hay partículas. Se habla del vacío
cuántico. Incluso el concepto de campo ha sido transformado. El campo cuántico
no es un espacio definido de valores concretos, sino un espacio de cantidades
posibles. La ontología tradicional que habla de objetos individuales
localizables y con propiedades definidas no sirve. Por esa razón algunos
filósofos de la física sostienen que la realidad está configurada por
relaciones, estructuras. Conceptos como el de simetría o entrelazamiento
cuántico, muestran que para pensar la realidad conviene describir relaciones
globales. No hay objetos con propiedades, sino que las propiedades y relaciones
son lo que llamamos objetos.
Lawrence M.
Krauss, cosmólogo formado en el MIT, ha escrito Un universo de la nada (Ediciones Pasado y Presente. 2013). El
libro explica las últimas teorías cosmológicas, en las que él ha participado de
forma significativa. Para describir cómo surgió nuestro universo y qué ocurrirá
con él, también hay que revisar nuestra ontología. Se nos muestra un universo
de geometría plana, un universo que se expande de forma acelerada. La
confirmación experimental de esta descripción ha exigido ajustar ciertas
cantidades del universo. La materia visible no es suficiente: hay mucha materia
oscura. Y el vacío no está tan vacío: tiene energía. Además, constantemente se
crean partículas y antiparticulas que en un espacio de tiempo infinitesimal se
anulan. El autor explica muy bien la lógica de la investigación científica, el
papel de ciertos experimentos y mediciones en la argumentación teórica global. Estas
teorías permiten también predecir cómo acabará nuestro universo: todo se
alejará de todo a velocidades cada vez mayores, hasta que la luz de una galaxia
no pueda alcanzar a otra...
Nos cuesta
admitir esta nueva ontología porque nos obliga a reconocer que somos un haz de
relaciones en un cierto nivel dentro de un todo continuo. Nos cuesta admitirla
porque nos cuesta pensarla. Este antropocentrismo tan natural, tan pegajoso, ha
generado ciertas consecuencias no deseables para las políticas científicas de
los países democráticos de hoy. La percepción pública de la investigación
científica es crucial para poder justificar las grandes inversiones en
investigación básica. Asuntos como la física de partículas o la cosmología son
percibidas como algo muy alejado de los intereses de los ciudadanos.
Esta falta
de legitimación tiene su origen en una de las tareas inacabadas de la
Ilustración: concebir la naturaleza como un todo continuo, con niveles de
complejidad, pero continuo. Cuando se culmine este proceso, los ciudadanos
sabremos que la física de partículas habla de nosotros, de cómo estamos
configurados. Y sabremos que esas investigaciones han de tener necesariamente
implicaciones en la ciencia aplicada, en medicina, por ejemplo. El ciudadano
comprenderá que tan importantes son los modelos teóricos sobre la realidad como
los procedimientos y técnicas experimentales que van surgiendo.