Detalle de la portada del libro: Conocimiento expropiado. |
Hay brechas tan pequeñas que no necesitan puntos de sutura. Los tejidos están próximos y son capaces de volver a la continuidad de la piel y la carne. Hay brechas grandes. Son las que nos asustan y requieren una ayuda, algo que mantenga la carne unida para que surjan otra vez los enlaces que ensamblan. Unos buenos puntos a tiempo permiten que en pocos días la brecha desaparezca casi sin dejar rastro.
La sociedad también es un tejido, de relaciones económicas,
jurídicas y culturales. Las brechas epistémicas, referidas al conocimiento,
afectan a todas las dimensiones del tejido social. Una brecha epistémica no
solo consiste en carecer de ciertos conocimientos necesarios para la vida.
Todos estamos pensando en la alfabetización, lectura y escritura. La brecha se
manifiesta también en qué valor atribuimos a los conocimientos y cómo
percibimos su construcción y distribución social. Estas brechas se manifiestan
a través de exclusiones, opresiones, alienaciones y comportamientos
irracionales.
El acceso a la educación básica es un derecho fundamental en
las sociedades democráticas modernas. En los países desarrollados, el Estado de
bienestar ha hecho posible ese acceso de forma generalizada. Hay muchas zonas
del planeta, sin embargo, en las que esa necesidad básica para el ser humano
sigue sin ser satisfecha. Pobreza, conflictos bélicos y fanatismos suelen ser
las causas.
Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la
información y comunicación no han desaparecido todas las brechas. De hecho, han
salido a la luz otras nuevas. Somos incapaces de abarcar toda la información
que se ofrece en la red. Seleccionar con criterio está al alcance de muy pocos.
Cuanta más información recibimos, menos comprensión del mundo. Toda la
información circula en el mismo plano. No hay jerarquías cualitativas. La
novedad permanente, instantánea, nos aleja de una recepción reflexiva. No
olvidamos porque no llegamos a retener. Y además, entre emisores y receptores
ya no hay distancia. Quizás porque es como si no estuviera nadie al otro lado. La
desaparición de la relación cara a cara provoca una deshumanización de la
comunicación.
En el mundo de la transparencia, la opacidad avanza hasta
oscurecer el intelecto del consumidor. Las instituciones que elaboran el
conocimiento siguen siendo un misterio para el ciudadano. Por eso surge la
desconfianza ante la tecnocracia. Da la impresión de que hay más opciones, más
posibilidades. Creemos que somos más libres, que nuestra capacidad de elegir ha
aumentado, que nadie nos impone nada. Pensamos que nosotros elegimos las rutas
del conocimiento, que nadie las ha diseñado con antelación. La supuesta
horizontalidad y la evidente instantaneidad de las redes de información nos
convierten en protagonistas del conocimiento.
Pero resulta que son apariencias… Desconocemos de dónde
vienen los datos generados por las nuevas plataformas de comunicación, cómo se
han procesado y con qué intenciones. Tampoco tenemos acceso al funcionamiento
de las instituciones tecnocientíficas. Así que algunos desconfían de todo lo
que viene por la red, incluso del conocimiento científico, teórico y práctico. Las
instituciones culturales pierden autoridad epistémica.
Oscilamos entre la sensación de libertad absoluta y la
sospecha de estar siendo engañados. A veces pensamos que construimos nuestras
vidas, sin la injerencia de los poderes tradicionales; otras nos vemos como
marionetas de un sistema técnico cada vez más complejo. Las consecuencias prácticas
de este mayor acceso a la información son decepcionantes: solo ha servido para
consumir más, y más rápido. La democracia participativa que algunos predecían
no ha llegado. La autorrealización personal, fruto del acceso a la cultura, tampoco.
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