Santiago Ramón y Cajal |
Giacomo Rizzolatti localizó las neuronas espejo en la
corteza frontal de los monos en 1992, en la Universidad de Parma. Estas
neuronas responden cuando el mono ve que otro individuo coge un objeto. Son las
mismas que se activan cuando él mismo lo hace. Además, algunas de ellas
responden de forma específica, según la finalidad de la acción. Por eso se
relacionaron con la capacidad de atribuir estados mentales, como la intencionalidad,
a los otros sujetos. Es decir, atribución a través de simulación. Mientras que
el neurólogo V.S. Ramachandran dice que las neuronas espejo son el ADN de la
neurociencia, incluso la clave para entender la evolución del ser humano, la
filósofa Patricia S. Churchland es más escéptica respecto a la existencia de
ese tipo de neuronas y su papel en la simulación y la empatía.
La hipótesis de muchos investigadores es que los seres
humanos también tenemos esas neuronas espejo, redes neuronales encargadas de la
imitación. Nos permitirán explicar muchos procesos mentales, como el aprendizaje,
el lenguaje y la empatía. Quizás sean la clave para saber qué ocurre con el
autismo. Y llegaremos a explicar las bases neuronales de la atribución de
estados mentales a los demás en las interacciones sociales. Nuestro cerebro,
dice David Eagleman, además de nutrientes necesita a los demás: “Nuestras
neuronas requieren las neuronas de los demás para desarrollarse y sobrevivir.”
Lo explica en “El cerebro. Nuestra historia” (Anagrama, 2017), un libro de
divulgación muy bien escrito, estimulante: “Utilizamos la misma maquinaria
neuronal para ver el dolor en otra persona que para sentir nuestro propio
dolor”. Poseemos “extensas redes que observan a los demás, se comunican con
ellos, sienten su dolor, juzgan sus intenciones y leen sus emociones”.
Reflejar la conducta del otro es esencial para nuestra
capacidad mimética. Nuestra capacidad de simulación nos lleva a entender el
teatro, tanto si somos actores como si somos espectadores. Al leer una novela,
nos ponemos en el lugar de los personajes, vivimos su mundo y adoptamos
múltiples perspectivas según se desarrolla la narración. El escritor, cuando
crea, también utiliza esos recursos.
¿Tendrán un umbral de activación estas
redes de neuronas espejo? Planteo esta pregunta porque me da la impresión de
que el exceso de imágenes las puede llegar a saturar. Vivimos en las pantallas.
Los dispositivos que utilizamos son cada vez más rápidos. Las fotografías y los
vídeos se deslizan ante nuestros ojos a una velocidad de vértigo. Ya nada nos
afecta. Y si lo hace, parece que no conecta con el área de las emociones ni
pasa a la memoria a largo plazo, tan importante para las virtudes y la forja
del carácter. La simpatía y la empatía son necesarias para la compasión y la
solidaridad. Si desactivamos esas capacidades, nuestro universo moral se
desmorona. Saturar la imaginación puede tener consecuencias éticas. La lectura,
las artes plásticas y el teatro, además de librarnos del aburrimiento, ponen a
punto la maquinaria de reflejar, nos vuelven más sensibles y perspicaces. Y el
ritmo aquí es importante. La aceleración de los relatos, sin elaboración de los
personajes, quizás nos sature, nos vuelva apáticos. “No podemos evitar imitar a
los demás, conectar con los demás, preocuparnos por los demás, porque estamos
programados para ser criaturas sociales”, dice David Eagleman.
http://www.diariodejerez.es/jerez/Neuronas-espejo-etica-ficcion_0_1253874787.html