Comparadas con las de Galileo y
el telescopio, las aportaciones de Antoni van Leeuwenhoek son mucho menos
conocidas por el gran público. Como ocurrió con el telescopio, el término inventar ha de ser matizado, porque tubos
con lentes ya existían. Lo que hicieron ellos fue mejorar la estructura y el
uso de los aparatos para que fuesen más eficientes y significativos en las
ciencias. Hoy, en un mundo saturado de pantallas y de imágenes efímeras, no
caemos en la cuenta de lo reciente que es esta infinita pluralidad de mundos
que nos aportan los instrumentos de observación. Los primeros investigadores de
lo pequeño se quedaban extasiados ante los seres vivos más diminutos que se
conocían: los insectos.
La editorial Acantilado acaba de publicar “El ojo del
observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la
mirada”, de Laura J. Snyder, historiadora y profesora del St. John´s University
en Nueva York. El libro nos habla de dos ilustres habitantes de la ciudad
neerlandesa de Delft: Vermeer es muy conocido por sus cuadros, como “La joven
de la perla”; Leeuwenhoek por su crucial
papel en la mejora y el uso del microscopio. Pero no hay pruebas de que se
llegasen a conocer personalmente. El texto va narrando las dos vidas, en
paralelo. Nos describe el contexto social y cultural de los Países Bajos, las
condiciones económicas y técnicas que hicieron posible la aparición de una
nueva forma de mirar la realidad en el siglo XVII.
Miguel Parra |
En el siglo XVII hubo un gran progreso en la fabricación de lentes
de buena calidad. Eran muy útiles en el negocio de los tejidos. Las necesitaban
para ver el número de hilos de los paños. Su uso se generalizó, así que saber
pulir lentes sin imperfecciones era un trabajo muy valorado. Era tan importante
que algunos científicos las pulían ellos mismos, según sus necesidades. Fueron
utilizadas en varias actividades, entre ellas la pintura. A lo largo de libro
se analiza el uso de lentes, espejos y cámaras oscuras por los grandes pintores,
como Johannes Vermeer.
Las lentes cambiaron el modo de ver también de los
científicos. Los investigadores sobre la luz y los colores utilizaron lentes
para comprender tanto la naturaleza de la luz como el funcionamiento del ojo
humano. La cámara oscura, con la ayuda de lentes y espejos, ofreció un modelo
de la visión humana. Las viejas y persistentes teorías sobre los efluvios que
salen del ojo hacia el objeto comienzan a dejarse a un lado en favor de otros
modelos con mayor apoyo experimental. La cámara oscura también se utilizaba con
fines topográficos. Construir cámaras oscuras portátiles supuso otro reto
técnico.
Hooke y Leeuwenhoek utilizaron
diferentes tipos de microscopios. Los de Hooke eran de dos lentes y los de
Leeuwenhoek, construidos por él mismo, solo de una. En su libro “Micrografía”, Hooke reunió todas las observaciones
que había preparado para la Royal Society: corcho, hojas, arañas, pulgas,
agujas… Leeuwenhoek fue más allá, tanto en los métodos de observación como en
los temas. Se convirtió en un observador sistemático que enviaba por carta sus
logros a la Royal Society. Y accedió a la vida microscópica: glóbulos rojos,
esperma, tejidos, nervios… y ¡seres diminutos habitando en una gota de agua de
un lago! Estas minuciosas y complejas observaciones abrieron nuevos horizontes para
la biología, la medicina y la filosofía. Se tenía acceso a un mundo hasta
entonces invisible, un mundo que parecía divisible hasta el infinito. Los
mecanismos de la vida comenzaban a ser desvelados y las teorías sobre la
reproducción y propagación de los seres vivos debían ser revisadas. La realidad
era mucho más compleja de lo que parecía. Y había que confiar en los
instrumentos para conocerla.