Amancio González |
El terrible dinosaurio se ha sentado a descansar, dijeron algunos roedores. Otros, no tan confiados, gritaron que era una trampa, porque los terribles dinosaurios jamás descansan. ¡Qué desbarajuste! Agazapados, observan la escena. La bestia habla delante de unos seres extraños, quizás sean trasgos o títeres. ¡Extraños personajes! El terrible dinosaurio es un ignorante, susurró uno de los roedores. Otro, muy dado a las fantasías, confesó haber soñado que el gran dinosaurio se bañaba en el Leteo durante largas horas, tantas, que olvidó dónde había dejado la ropa. Algún trago daría, pensaron todos. Es la reencarnación de Sócrates, sentenció, por fin, el roedor más sabio y guasón. ¡No veis que sólo sabe que no sabe nada! La terrible bestia agitaba la cabeza, de unos a otros, sentado, para descansar del cruel trajín de los días, sentado, para meditar sobre la existencia de otros mundos, sentado, para recordar a los viejos roedores que un dinosaurio jamás se sienta para descansar... Mas sabe el filósofo que la madera de las sillas brota de los bosques y que no todos los bancos son de madera. Arrancarán los olmos para que los carpinteros construyan sillas cada vez más confortables. Y veremos grandes espectáculos, incluso de marionetas... Sabe el filósofo que no todos los bancos son de madera.