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Basquiat |
El habla diaria se mezcla con tenedores y zapatos, con los asuntos prácticos y las relaciones personales. Transcurre en la calle y en el interior de las casas. Las palabras se tiñen de usos, de emociones, de experiencias: los objetos existen porque han sido tejidos con letras y entrelazados con frases. Pero hablar es siempre trasladar significados, de unos seres a otros, de unos contextos a otros. La novedad y la ignorancia nos han convertido en expertos del trasplante, para que el término ya usado estructure y alumbre, para poder decir. La poesía es el habla de las azoteas y los tejados, desde donde uno divisa las palabras con la distancia suficiente como para conectarlas o atravesarlas con la mirada. El poeta sabe que podemos jugar con el habla, retorcerla, y crear otros sentidos. Pero siempre desde mi casa, desde el hogar del signo, desde el yo terroso. La ciencia y la filosofía hablan desde el campanario, buscando el mapa de toda la realidad y olvidando la propia cocina. Surge el concepto, la clasificación y la ley. Observamos desde la nada, desde el vacío, para que el yo terroso se desvanezca. Vemos los seres, todos diferentes, todos ya iguales bajo el concepto, la esencia. Y cuando aparece lo nuevo, otra vez a trasladar, a cambiar los muebles de sitio. Nadie puede librarse del yo terroso, porque es quien decide qué es lo vital, es quien pide explicaciones: un logos.