Los senderos creativos forman una red, por
eso las ideas nuevas jamás se agotarán. Hay quien piensa que el arte
contemporáneo ha tocado techo y que lo hizo hace varias décadas. Ya es
imposible sorprender con algo nuevo, original, dicen. Sin embargo, aparecen
nuevos territorios, nuevos campos de experiencia generados por las ciencias y
la tecnología. Hay creadores que se mueven por las fronteras con atrevimiento,
como es debido, si queremos avanzar.
Miguel Parra |
Daniel
López del Rincón ha publicado “Bioarte. Arte y vida en la era de la
biotecnología” (Akal, 2015), libro que describe un movimiento artístico
reciente, en pleno desarrollo, el bioarte, lo que obliga a realizar precisiones
terminológicas y conceptuales. Hay dos grandes tendencias, la biotemática y la biomedial.
La primera agrupa a los artistas que utilizan la biotecnología como tema, bien
sea para criticarla o ensalzarla. Estos autores incluyen en sus obras
referencias al ADN, a la ingeniería genética, a los transgénicos, etc., pero
sin manipular materialmente esos procesos. La tendencia biomedial trabaja directamente
con la vida y recurre a las técnicas utilizadas por los científicos para crear.
Mientras que para la corriente biotémática el laboratorio es sólo una fuente de
imágenes y datos, para la biomedial el laboratorio se convierte en el taller
del artista. Algunos bioartistas han pasado largas temporadas investigando en
laboratorios de biotecnología. No se trata de algo esporádico o anecdótico. En
el arte biomedial es esencial experimentar directamente con la vida y utilizar
las mismas técnicas que los científicos.
El
libro de Daniel López pretende ser sistemático. Realiza una historia del
bioarte y habla de cuatro fases. La primera transcurre desde 1920 a 1985, desde
las ciencias de la herencia a la genética molecular. La segunda fase va desde
1980 a 1992, en la que surge la primera generación de bioartistas. La tercera
fase es desde 1993 al 2001, segunda generación de bioartistas, se pasa de la
hegemonía del arte genético a la heterogeneidad del arte biotecnológico. La
cuarta fase va desde el 2002 a la actualidad, la consolidación del bioarte como
movimiento artístico. Son interesantes las obras de Eduardo Kac, Marta de Menezes,
Tissue Culture & Art, Critical Art Ensemble, Paul Vanouse, Allison Kudla,
Joaquín Fargas, Empar Buxeda…
En
la primera fase ya quedan definidas las dos tendencias. Edward Steichen
inaugura el arte biomedial con sus trabajos sobre la herencia en los delphinium.
Utilizaba un fármaco llamado colchicina para modificar genéticamente las
plantas y obtener variedades nuevas. Exponía tanto las fotografías como las
plantas mismas. Esta primera fase es de carácter mendeliana, no se abordan
técnicas de genética molecular. Por otro lado, Salvador Dalí representa en sus
obras la doble hélice del ADN. El tema de la biotecnología aparece como icono,
como estructura formal o como asunto controvertido sobre el que reflexionar. La
tendencia biotemática trabaja sólo con representaciones, nunca con la vida
directamente.
Ya desde los inicios surgen las primeras
controversias, no con la tendencia biotemática, sino con el enfoque biomedial.
Modificar organismos vivos, sean plantas, bacterias o conejos, con fines
exclusivamente artísticos no ha sido bien recibido por todos, incluidos muchos
artistas. Si ya es conflictivo transformar el ADN de un ser vivo con fines
médicos o alimentarios, se puede uno imaginar fácilmente los argumentos que
cabe esgrimir contra aquellos que sólo pretender crear obras de arte. Una de
las razones por las que el bioarte tardó en arrancar fue que aún acechaba la
oscura sombra de la eugenesia, sobre todo nada más acabar la Segunda Guerra
Mundial.
La biotecnología ha abierto
nuevos campos de experiencia. Ahora bien, cabe preguntarse qué nos puede
aportar el bioarte, el biomedial, el que modifica organismos en el laboratorio.
Si toda la reflexión sobre las nuevas tecnologías se hace desde fuera, corremos
el riesgo de acabar en la ignorancia y carecer de herramientas conceptuales
para realizar una crítica seria. El bioarte hace visibles los procesos y nos
invita a conocer lo que se está haciendo. Por otro lado, genera obras de gran
valor artístico, jamás realizadas, no sólo por su riqueza conceptual, sino por
su belleza, con nuevas texturas y formas procedentes de la misma naturaleza.
Los artistas pueden, incluso, aportar analogías, comparaciones, metáforas,
figuras, dinámicas y relaciones con valor epistemológico en el contexto de
descubrimiento, para generar nuevas hipótesis, nuevos caminos. Gran parte del
libro está dedicado a estas reflexiones: diálogos interdisciplinares, nuevos
materiales, robótica y arte digital, arte y naturaleza…