No sabemos cuándo, ni lo sabremos, pero hubo un tiempo en
el que nos bastaban las apariencias para vivir y sobrevivir. Con una corteza
cerebral más compleja, los seres humanos pronto comenzamos a pedir
explicaciones, a exigir la verdad. Hubo un momento en el que las apariencias se
convirtieron en un obstáculo para conocer la verdadera realidad, su esencia. Se
inició así un nuevo sendero, el de la racionalidad, quizás con los griegos, el
sendero del logos. Ahora bien, con las verdaderas explicaciones el sentido
común se irritó. Ya nada es lo que parece. Resulta que los objetos, que
parecían tan verdaderos y naturales en su ser, en su aparecer, ya no son nada,
son una mera ficción. Y la realidad está al fondo, oculta, sólo accesible para
el que sabe de estructuras, para el matemático.
Ilustración de Miguel Parra |
Lo que
Newton jamás llegó a comprender se aclaró con el concepto de campo de Faraday y
Maxwell, el primero intuitivo y el segundo con ecuaciones. Y Einstein,
acostumbrado a vivir con campos, ya que su padre trabajaba en centrales
eléctricas, descifró el enigma. Tras cien años de relatividad general, seguimos
perplejos. Lo que las ecuaciones muestran parece difícil de captar por nuestra
imaginación. Las metáforas no sirven si la complejidad es inabordable,
inconmensurable. Tanto la teoría de la relatividad, las dos, como la física
cuántica suponen un reto creativo apasionante.
Einstein
era capaz de imaginar soluciones, conceptos físicos, dinámicos. La matemática
vendría después. Que la gravedad tenga que ver con la curvatura del
espacio-tiempo provocada por una masa no parece asunto fácil para el sentido
común. Nos cuesta representarlo gráficamente. Implica gran esfuerzo entender
eso de que el espacio y el tiempo forman una especie de malla. Una bola de
hierro sobre un mantel hunde el espacio, sí, pero nos cuesta entender que
también el tiempo. No manejamos todos los planos a la vez ni todas las
dimensiones. Nuestra imaginación ha surgido por selección natural, en un
entorno de objetos a nuestra medida. Los problemas con los que se enfrentaron
los organismos que nos precedieron han sido problemas macro, a velocidades y
escalas limitadas, las propias de un mamífero. Nuestra percepción, que emerge
de la interacción de partículas elementales, funciona en un mundo de cualidades
globales que también emergen de esas partículas. Aunque comprendamos
matemáticamente cómo funciona la teoría de la relatividad o la física cuántica,
nuestra imaginación debe consolarse con una aproximación.
Cien
años de relatividad general no son nada. Y es una teoría que ha confirmado sus
predicciones. La luz se desvía al pasar por una masa como el Sol. El tiempo
transcurre más despacio cerca de una masa que lejos de ella. Y como la
aceleración es equivalente a la masa, pues un objeto que se mueva a grandes
velocidades produce la misma curvatura y el tiempo transcurre más despacio. La
gravedad queda por fin explicada: los cuerpos son atrapados por ese hundimiento
de la malla. A ver cómo encaja todo esto nuestro sentido común… Resulta que el
espacio y el tiempo no constituyen ese armazón fijo en el que transcurren los
acontecimientos, los hechos.
La estructura de la realidad parece sencilla. Unas pocas
ecuaciones, simples y bellas, lo explican todo. Una hilera de símbolos es
suficiente para describir cómo se comporta el espacio-tiempo o cómo se
comportan las partículas elementales. La verificación de las predicciones y el
uso tecnológico que hacemos de ellas nos dicen que algo tienen que ver con el
mundo real. Todo es tan simple que no lo entendemos a la primera. Todo es tan
simple que la complejidad de nuestra vida cotidiana nos ofusca. El excelente
libro de Carlo Rovelli “La realidad no es
lo que parece”, editado por Tusquets, explica con sencillez todo esto y
mucho más.
http://www.diariodejerez.es/article/jerez/2172212/la/realidad/se/oculta.html