“Un equipo internacional ha sintetizado un cromosoma
funcional de la levadura” (Investigación y Ciencia). Los científicos han
buscado el genoma mínimo para que un organismo sea viable. Eliminando los genes
innecesarios podemos diseñar microorganismos con un genoma más corto, con menor
coste energético: bacterias o levaduras optimizadas, útiles para la química y los
biocombustibles, por ejemplo. La manipulación de los genes no esenciales del
organismo permite introducir modificaciones para un propósito determinado. En
el caso de las levaduras, han observado que se puede acelerar o retardar su
crecimiento. En 2010 ya se logró reconstruir el genoma completo de un organismo
procariota. Ahora han demostrado que también se puede realizar en células
eucariotas.
Quizás todo
empezó hace unos 10.000 años, cuando aquellos cazadores-recolectores observaron
que los granos que caían al suelo por casualidad, en los alrededores bien
abonados de sus pequeños poblados, daban lugar a una planta nueva y mejor,
porque ellos siempre recogían las mejores espigas… Hace miles de años que
comenzamos a modificar especies, a realizar una selección artificial. Las
espigas de trigo del Neolítico son muy diferentes de las de hoy. Y lo mismo
ocurre con los perros, las vacas, los gatos… A nadie le extraña que el
agricultor sólo siembre las mejores semillas o que sólo críe el mejor ganado.
Desde hace siglos consumimos frutos y carne que no existirían si no fuera por
la acción técnica de los seres humanos.
La
distinción entre lo natural y lo artificial es una de las más difíciles de
establecer. Si por artificial entendemos lo que ha sido transformado por el ser
humano, entonces todo es artificial y no hay ya nada natural. Porque
transformar puede significar: modificar, alterar, seleccionar, construir o
sintetizar.
Somos
capaces de talar un árbol, podarlo, trasplantarlo, realizar un injerto, sembrarlo,
modificar su ADN y diseñar una especie nueva. En todos estos procesos
interviene la racionalidad humana. Utilizamos el saber que nos proporcionan la
experiencia práctica y el conocimiento científico para conectar medios y fines.
Cuanto más sabemos de la naturaleza mayor es el grado de transformación que
podemos llevar a cabo.
Quizás hace
10.000 años alguien se asustó ante la posibilidad de sembrar trigo donde
quisiera y cuantas veces quisiera: “Hemos cambiado el curso sagrado de los
acontecimientos”. Pero, como necesitaban más trigo y más carne, otros dijeron:
“Los dioses nos otorgaron estómago y manos…”
El
conocimiento técnico nos permite saber lo que podemos hacer; la reflexión ética
se pregunta si lo debemos hacer. Los ciudadanos tenemos necesidades materiales
ineludibles. Todos los habitantes del planeta queremos comer, tener vivienda y
curar las enfermedades que nos hacen sufrir. El conocimiento científico ha ido
mejorando nuestros procesos técnicos para producir alimentos o curar nuestras
dolencias.
Lo que nos
asusta es la incertidumbre. El agricultor de hace 10.000 años dudó durante un
tiempo. No sabía si el trigo que él sembraba tenía las mismas propiedades que
el silvestre. Probó y vio que no ocurría nada. Es la misma incertidumbre que
experimentamos hoy cada vez que leemos que se ha sintetizado algo vivo en un
laboratorio. No sabemos si estamos asumiendo muchos riesgos al utilizar esos
medios técnicos. No sabemos cuánto hay que esperar para ver si ocurre algo con
las especies genéticamente modificadas.
¿Quién está capacitado para realizar esa reflexión ética? Cualquier ciudadano puede participar en un diálogo sobre sus necesidades. Así, todos podemos discutir sobre cómo distribuir los recursos para investigar. Sin embrago, dada la complejidad de los conocimientos técnicos que intervienen en cada caso, es preciso que sea la comunidad científica la que inicie esa reflexión y la traslade, de forma precisa y clara, a la ciudadanía. La evaluación ética de los procesos tecnológicos exigirá una buena comunicación científica y un buen manejo de las teorías éticas (criterios racionales para establecer qué nos conviene como ciudadanos).
¿Quién está capacitado para realizar esa reflexión ética? Cualquier ciudadano puede participar en un diálogo sobre sus necesidades. Así, todos podemos discutir sobre cómo distribuir los recursos para investigar. Sin embrago, dada la complejidad de los conocimientos técnicos que intervienen en cada caso, es preciso que sea la comunidad científica la que inicie esa reflexión y la traslade, de forma precisa y clara, a la ciudadanía. La evaluación ética de los procesos tecnológicos exigirá una buena comunicación científica y un buen manejo de las teorías éticas (criterios racionales para establecer qué nos conviene como ciudadanos).