martes, 12 de noviembre de 2024

Un pozo sin fondo

Dibujo de Domingo Martínez González

    No es lo mismo privacidad que intimidad, explica Ferran Sáez Mateu en su último libro. Lo privado se define de forma negativa. Es el terreno que protegemos con una valla para que no sea invadido por agentes externos. Solo los jueces tienen el poder de abrir ese cercado, por causas legales que están rigurosamente tipificadas en los códigos jurídicos.

    Si para demarcar lo privado hay que desplazarse de forma horizontal, para comprender qué es la intimidad se requiere la profundidad. Ahora recurrimos al pozo, en lugar de a la valla. La intimidad es el espacio donde se forja la autoconciencia, la libertad y la autonomía. Lo privado se protege, se defiende. Lo íntimo se excava, se descubre, construye y cultiva. En el libro titulado La intimidad perdida, publicado por la editorial Herder, el filósofo Ferran Sáez analiza estos conceptos.

    Para desentrañar la naturaleza de la intimidad no queda más remedio que visitar la torre de Montaigne. Ahí contemplamos el nacimiento del sujeto moderno, a través de un género literario nuevo, el ensayo. Pero también hay que acercarse a las meditaciones de Descartes. Son dos momentos cruciales de la historia del pensamiento europeo. Montaigne se pinta a sí mismo en la escritura de sus ensayos. Se retira en la torre: quiere buscarse a sí mismo. Descartes se deshace de todas las opiniones para empezar de cero, desde los cimientos del conocimiento y del yo. Al menos una vez en la vida conviene realizar esa labor de reconstrucción, dice Ferran.

    La privacidad y la intimidad se enfrentan hoy a terribles amenazas. Los dispositivos nos asedian. Bueno, ya les hemos abierto la valla… Los apéndices digitales ofrecen servicios gratuitos deslumbrantes. Desde leer la prensa hasta realizar una apuesta o pedir una cita con hacienda. A cambio, hemos cedido todo, datos y tiempo. Han entrado en la esfera privada y la han colonizado. Pero no han robado nada, no han delinquido. Todo es un regalo. Hemos sido hospitalarios y generosos. En estas condiciones, encontrar un ámbito donde desarrollar la intimidad resulta casi imposible.

    El libro de Ferran Sáez invita a seguir pensando, a intentar frenar este proceso de erosión de la subjetividad. Ya no cabe volver a la torre de Montaigne, pero quizá siga siendo posible encontrar espacios adecuados para ampliar lo íntimo. Es un reto que debe plantearse todo educador en las próximas décadas. Datos hay de sobra. Lo que falta es la autoconciencia. Sin ella, toda información carece de sentido. La información nos abruma con capas superficiales, expuestas a la erosión del instante. El verdadero saber arraiga en lo hondo de cada uno, donde la prisa y la intemperie no llegan.

    No se trata de acabar con todos los dispositivos, claro que no. Además de imposible, es una insensatez. A lo mejor conviene descubrir otras formas de vivir el tiempo, tanto en la distribución como en intensidad. Educar para crear intimidad, para ampliarla y enriquecerla. Lo que se necesita es una revisión axiológica, es decir, una reordenación de los valores. El mundo acelerado de los dispositivos, con sus modificaciones novedosas y diarias de nuestra existencia, exige reajustar el mapa de los valores.

    Recuperar la intimidad significa vivir de otra forma. Hay actividades que han sido colonizadas, arrasadas, por el flujo incesante de estímulos que proviene de las pantallas. Los educadores deberán enseñar a leer en silencio, a escribir un diario, a contemplar un cuadro, a dibujar sin prisas, a dialogar y escuchar, a ver el mar y el campo, a caminar solos, a mirar la oscuridad, a pensar sobre uno mismo… 
    
     Esas experiencias intensas del tiempo traerán necesariamente una revisión de la jerarquía de valores. Si el espacio íntimo se enriquece, la tiranía de los dispositivos se reduce. La ganancia cualitativa es de tal calibre que nadie en su sano juicio querrá volver a la esclavitud. No hace falta una torre como la de Montaigne para retirarnos en soledad. Cultivar la intimidad no implica que nos aislemos de los demás ni que abandonemos todas las tecnologías de la comunicación. Crear intimidad tampoco nos obliga a pensar en algo trascendente, más allá de este mundo. Aunque algunos filósofos establezcan esta conexión, es posible desarrollar el espíritu, lo íntimo, desde lo inmanente, desde nuestra existencia material y terrestre.