Las grietas, por muy pequeñas que sean, siempre son grietas. Todos los sistemas de control tienen grietas, aunque sus gestores lo ignoren. En ellas brotan las malas hierbas. Por ellas se cuelan los bichos, incluso los roedores. Los gestores suelen menospreciar esos signos vitales. Creen que su aliento de asfalto paralizará cualquier forma de vida. Se olvidan de las grietas. Todos los dispositivos de control tarde o temprano son invadidos por las malas hierbas. Y los roedores, al comer sus cables, bloquean el sistema. Creen los gestores que su asfalto es eterno. Todos los gestores son teólogos, aunque lo ignoran. La violenta metafísica del asfalto sirve de cimiento para el edificio del poder absoluto. Hay muchas variedades de asfalto: analógico y digital, visible e invisible, nítido y difuso, concentrado y distribuido, duro y blando, claro y oscuro. Muchas variedades, pero todas con grietas. A veces el asfalto se extiende sobre el escenario, sobre el libro, sobre el lienzo, sobre las esculturas... El gestor trabaja de forma tosca, como el zarpazo de un oso contra la tramoya; o de forma sutil, como la brisa que brota de las amenas pantallas.