martes, 8 de febrero de 2022

Los borradores, las notas y los tachones

  

Fotografía de Domingo Martínez González

     Cuando pides a los alumnos que elaboren un trabajo creativo, su primera reacción es de incredulidad. No se creen que les estés pidiendo algo original, ya sea un relato, un ensayo o un dibujo. No se lo esperan. Pasado ese primer espasmo, te dicen que no, que ellos nos saben cómo empezar, que no tienen imaginación, y que les va a salir fatal, si es que sale algo. Piensan que los libros que leen, los cuadros que contemplan o la música que escuchan han salido a la primera, del tirón, perfectos desde el principio, sin necesitar apenas retoques. Ahí tenemos una labor crucial: lo que tienen delante es el fruto de un largo trabajo creativo, repleto de esbozos, errores, rectificaciones, arrepentimientos y dudas. Detrás hay un enorme andamiaje invisible.         

    Por eso son tan importantes los cuadernos de trabajo de los creadores. Nos demuestran que no son dioses, sino humanos extraordinarios. Son seres capaces de obsesionarse con una idea o un problema y dedicar toda su vida a pensarlo, a resolverlo o reformularlo infinitas veces, hasta que logran algo parecido a una solución.

    El libro que ustedes están leyendo, o su cuadro preferido, es la última versión de una idea que revoloteó dentro de la mente de un creador durante mucho tiempo. Nos surge la duda de si la obra es ese resultado final que ahora contemplamos o el proceso completo, desde que brotó la idea original hasta que compramos la obra. Si incluimos todos los bocetos y borradores, también debemos añadir la recepción por parte del lector, con sus interpretaciones y perspectivas. La obra es un proceso abierto.

        No todos los creadores están de acuerdo con revelar el andamiaje de sus obras. Hay miedo, pudor, o mero desinterés. Los borradores reflejan la intimidad del intelectual, sus dudas, errores y callejones sin salida. Las notas de trabajo y los cuadernos sacan a la luz también las fuentes de donde beben el artista y el científico. Vemos quiénes son sus modelos, reconocidos públicamente o no. Algunos creen que todo esto debe quedar oculto, que es parte de la intimidad del proceso creativo y que no tiene interés para nadie. Incluso puede ser utilizado en su contra, para buscar puntos débiles.

    Hemingway escribió cuarenta y siete finales distintos antes de concluir Adiós a las armas, nos cuentan Anthony Brandt y David Eagleman en su excelente ensayo La especie desbocada (Anagrama, 2022). Nadie puede sospechar, nos dicen los autores, que “una abundancia de opciones dio lugar a la última página de la novela”. En todas las artes hay una infinidad de variaciones y alternativas antes de plasmar la solución final. “Para diseñar el Flea Theater de Nueva York, la Architectural Research Office elaboró setenta fachadas distintas.”

    El libro habla de cómo la creatividad humana remodela el mundo. Así que hay ejemplos de todos los campos. Desde la pintura hasta el diseño de coches o fármacos. La herramienta que utilizamos para innovar es el cerebro, que genera “superabundancia de opciones: muchas no llegan a la conciencia, y de entre las que lo consiguen, son muchas las que sucumben”. Para Eagleman, neurocientífico, y Brandt, compositor, el trabajo creativo se basa en tres operaciones: doblar, romper y mezclar. Todas las innovaciones surgen de estas formas de transformar lo que vemos y recibimos de nuestra tradición. Es evidente que no todo lo que doblamos, rompemos o mezclamos se convierte en una obra definitiva. En el camino quedan muchos intentos, muchos fracasos,  porque para ser innovador y triunfar es preciso ser arriesgado, original… y contar con un contexto social oportuno.

    Conocer los bocetos y las notas de trabajo no solo es bueno, sino también necesario. Acaba de aparecer una edición ampliada de La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, publicada por el CSIC, de la mano del filósofo Javier Echeverría. Se han incluido 587 notas de trabajo de Ortega y Gasset. Estas anotaciones nos ayudan a conocer la mente creativa del filósofo, sus fuentes, y las modificaciones que llevó a cabo a lo largo del proceso de escritura. Si los libros publicados nos muestran el pensamiento del autor, sus notas y borradores reflejan cómo pensaba. Así, encontramos en esta nueva edición imágenes de los manuscritos, con notas pegadas con celo en el folio.

    En el ámbito de las artes hay cientos de publicaciones que recogen el andamiaje creativo de los artistas. Cuando leía las notas de Ortega y Gasset me vino a la mente otro libro esencial, los Escritos de Marcel Duchamp, editados por José Jiménez para Galaxia Gutenberg. Estas obras tienen valor en sí mismas. Puede ocurrir que ideas descartadas por los autores nos parezcan hoy una genialidad. También nos abren nuevas vías. Senderos que los artistas iniciaron y no transitaron, por no ser el momento oportuno, pueden ser en la actualidad vías fructíferas. Y nuestros alumnos, que desean ser grandes científicos, pensadores, escritores o artistas, deben saber que la creación es apasionante, tanto por lo que se logra como por lo que se descarta, y que ninguna obra nace completa desde el principio.

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