miércoles, 14 de octubre de 2020

LA ACTITUD CIENTÍFICA Y FILOSÓFICA


          La actitud es la disposición con la que nos enfrentamos a la realidad. Es el estado de ánimo, la forma de ser, lo que estamos dispuestos a hacer y lo que no. La actitud científica y filosófica constituye el núcleo de la vida democrática. Si los ciudadanos no practicamos ciertas virtudes epistémicas, el edificio se desmorona. Las leyes por sí solas no bastan.

        Pensar a fondo lo que ocurre exige tiempo. Para ser objetivos, imparciales y analíticos necesitamos manejar diferentes fuentes de información. Pensar de verdad implica en primer lugar leer y escuchar. Y luego ser prudentes a la hora de emitir juicios. Pero el tiempo escasea y todo se acelera cada vez más.

         La comodidad y el ansia desmedida de poder nos empujan a tomar atajos. Acudimos al mercado y compramos un kit de pensamiento, un lote de ideas, una ideología… A partir de entonces ya disponemos de los moldes y categorías que nos facilitarán valorar lo que ocurre, sin necesidad de analizarlo como es debido. El pensamiento enlatado me ahorra tiempo. Si puedo clasificar, ya no tiene sentido escuchar. Lo que va a decir el otro ya lo sé antes de que él mismo lo piense… La realidad con sus problemas concretos ha desaparecido. La verdad, como ideal regulativo, también.

         El diálogo crítico, propio de una democracia deliberativa, se cimenta en la actitud científica y filosófica. Lo primero que hay que hacer es escuchar y observar. El objetivo es comprender los argumentos del interlocutor, describir con objetividad el problema que nos ocupa y recopilar información… Al escuchar de verdad, nos preocupamos por saber qué tesis sostiene y en qué se basa para defenderla. En una sociedad compleja, los interlocutores y los foros de debate son muy diversos: la asociación de vecinos, el partido político, el parlamento, las redes sociales…

         La actitud científica consiste en aceptar solo aquellas teorías que sean coherentes y cuenten con el respaldo de la evidencia empírica, con el apoyo de los hechos. Mantendremos las hipótesis que son corroboradas por la experiencia. Las contradicciones internas y los contraejemplos (datos o experimentos que desmienten la teoría, la ley) nos obligarán a rechazar esa hipótesis y formular otra. Se trata de estar dispuesto a abandonar una tesis cuando la experiencia y la razón me lo aconsejan. Lee MacIntyre ha escrito un excelente libro: “La actitud científica. Una defensa de la ciencia frente a la negación, el fraude y la pseudociencia.” (Cátedra, 2020)

         La actitud filosófica, muy similar a la científica, busca los mejores argumentos, la coherencia y la correspondencia con los hechos, cuando es pertinente. La duda es la mejor herramienta del filósofo. Hay que poner entre paréntesis no solo las afirmaciones del otro, sino también las propias. Tendré que abandonar las razones y argumentos que el análisis lógico-conceptual desecha por ser inconsistentes, contradictorios o meras falacias. En un diálogo crítico real, no en una pantomima, aceptaré las teorías y argumentos del otro si superan los criterios arriba mencionados. Y cambiaré de opinión si me demuestran que estoy equivocado. Científicos y filósofos de todos los tiempos han dado muestras de esta actitud. Aferrarse a una ideología supone hacer todo lo contrario.

         Y pensar conlleva riesgos. Puede ocurrir que te persigan todos, los unos y los otros, por no encajar, por no arrodillarte. O por dar la razón al que la tiene… Pensar en momentos de incertidumbre, dispersión y polarización no es tarea sencilla. No son circunstancias favorables para el uso de la palabra y el intelecto. Perseverar en la búsqueda de la verdad se vuelve un sueño irrealizable. Y sabemos que la verdad es un ideal regulativo, un fin al que tiende la razón en sí misma, aunque nos reconocemos falibles en esa búsqueda interminable.

         Si la esfera pública arrincona ese ideal, estamos perdidos. Renunciar a recorrer ese laberinto supone abandonarse a las fuerzas brutas. No hay dogmas, ni verdades absolutas. Pero hay engaños, falsedades y falacias. No hay seres racionales perfectos, nadie lo es, pero sí existen actitudes fanáticas y oscurantistas. Promover el uso del lenguaje, para ser libres y desarrollar lo que nos hace humanos… Víctor Gómez Pin en “El honor de los filósofos” (Acantilado, 2020) muestra ejemplos de lo que significa pensar hasta el final. 

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