En el siglo de las redes sociales, recogemos cuerpos de nuestras civilizadas costas, como si del alimento del sistema se tratara.
lunes, 30 de enero de 2017
martes, 10 de enero de 2017
EXISTENCIA AUTÉNTICA
A menudo nos invade la
sensación de estar perdiendo el tiempo, pero no el del reloj ni el de los
horarios cotidianos, sino el otro, el que nos convierte en vidas concretas. Ese
tiempo esencial, estructural, lo perdemos totalmente cuando nuestra existencia
no es auténtica, cuando llevamos una vida alienada o cuando nos arrastra la
heteronomía. Todas esas formas de perder el tiempo comparten un núcleo común:
alguien elige por ti y te impone un proyecto de vida. Como consecuencia, surge un
vacío que nos corroe, esa insatisfacción por no haber hecho lo que de verdad
queremos.
Es sano preguntarse de vez en cuando por qué actuamos de una
manera y no de otra. Se trata de una pregunta muy molesta e inquietante porque
suele venir acompañada del silencio: no nos gusta reconocer que nos movemos en
un espacio de posibilidades determinado por algo ajeno a nuestra voluntad.
Vivimos de forma mimética, más de la cuenta, impregnados de hábitos y tendencias
que nos marcan el camino. Ese poder difuso, sofisticado, lo puede todo. El
éxito consiste en que quieras lo que ellos quieren. El poder es un especie de
continuidad dice Byung-Chul Han, en su libro “Sobre el poder” (Herder, 2016). La
coerción y la amenaza sólo surgen si esa continuidad se interrumpe.
Miguel Parra |
Ante semejante vértigo existencial, ¿qué podemos
aconsejarles a los jóvenes? Si eligen por ti, corres el riesgo de perder el
tiempo para siempre. Se nos olvida lo más importante. Trabajar no consiste sólo
en gastar tiempo para ganarse la vida y hacer posible el tiempo de ocio.
Trabajar es vivir el tiempo y crearlo. Si no es así, el tiempo de trabajo es de
otros y se vuelve destructivo, desgasta. Si eligen nuestro proyecto, vivimos su
tiempo, el de ellos, no el nuestro. Y el nuestro lo perdemos de forma
irremediable.
Hoy está de moda una especie de pragmatismo resabiado.
Cualquier intento de salirse del carril social, apelando a otras formas de
estar en el mundo, suena a ingenuidad propia de otras épocas. El pragmático
resabiado está de vuelta y asume la realidad con cierta mirada de superioridad.
Por eso hay expresiones que desaparecerán, como vocación profesional y
compromiso social. Es cierto que la palabra “vocación” tiene connotaciones
religiosas, sin embargo habría que rescatar su contenido ético. Y el compromiso
social nos trae a la memoria las utopías revolucionarias… La lección de los
pragmatistas resabiados suele ser: “como todo está tan mal, olvídate de ti
mismo y gana dinero; como la revolución es imposible, olvídate del bien común,
de los otros, y gana dinero”.
Hay actitudes que ponen en peligro la autenticidad de
nuestros proyectos. Una de ellas es la mala fe, analizada por Sartre. Echar la
culpa de todo a las leyes de la naturaleza o al contexto social para no tener
que elegir con responsabilidad es obrar con mala fe, una especie de autoengaño.
La otra es la confusión entre racionalidad y racionalidad económica. Intentar
calcular nuestro futuro mediante costes y beneficios implica un reduccionismo
economicista. En la primera actitud entregamos nuestro tiempo; en la segunda lo
cosificamos, lo ponemos en venta.
La existencia auténtica es lo
mínimo que cabe desear. Es un mínimo vital y ético. Renunciar a ella implica
desentenderse de la libertad y la felicidad. Elijamos libremente una actividad
que nos permita ser, sin querer nada más, y que se nutra del bien común al
mismo tiempo que lo posibilite. Si nos convertimos en piezas de un mecanismo,
pronto aparece el aburrimiento. El ideal es trabajar como si fuésemos creadores,
para no trabajar nunca.
martes, 3 de enero de 2017
TALLERES LEIBNIZ 2017
Kandinsky |
Me acaban de regalar el nuevo
calendario de Talleres Leibniz. Aunque cambian las fotografías
cada año, su lema es el mismo: “Usted vive en el mejor de los mundos posibles.
Y si no es así, nosotros se lo reparamos”. Luego, cada mes tiene su propia
reflexión o consejo metafísico. El de enero es “¡Calcula, pero mejor que
Dios!”. El de febrero es más alegre: “Disfraza tus miserias”. El mes de abril
está dedicado a Nietzsche: “Vaya susto, casi me muero”. El 14 de abril, algo
inédito, contiene una nota a pie de página: “¡Ojo con lo que celebramos!”. El
caluroso agosto nos recuerda a Sartre con “El infierno son los otros”. Y
el de octubre a Marx: “Vuelve a intentarlo”. En fin, un calendario que no tiene
desperdicio y anima mucho. Cándido, el que regenta Talleres Leibniz,
nos recuerda en su felicitación anual que aunque las piezas fallen lo
importante es el motor en su conjunto, y que si no tenemos amplitud de miras es
lógico que esto nos parezca un mecanismo infernal.
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