He tenido que pensar lo
contrario de lo que voy a escribir. Es la única forma de escapar de las
estructuras de sentido que vertebran la gramática. Todo sistema de signos y
todo intento de representar son prácticas de dominación cristalizadas. Quien
desea huir del orden jerárquico y de las topologías de la normalidad necesita
situarse en los bordes o en el envés de la representación. Los lenguajes
encauzan nuestra creatividad mediante estratos de sentido asumidos en el mismo
acto de pensar. La topología del pensamiento genera un territorio de
prohibiciones, de clasificaciones y de esclavitud.
La praxis del artista consiste
en desmontar esas anquilosadas gramáticas para que surja lo nuevo, lo
diferente, lo que resiste ante cualquier clasificación o interpretación. La
transgresión es un proceso que permite subvertir los lenguajes, un proceso de
ensayo y error que abre nuevas posibilidades expresivas, nunca predecibles.
Abordar lo indecible, la
diferencia repetitiva que anula cualquier fundamento, supone traspasar los
signos, darles la vuelta. El rotulador deja una huella, un rastro, que ni el
mismo autor domina. El deseo creativo encuentra entonces las grietas de la
libertad: el reverso del papel muestra lo que no pintó Alejandro Durán. Es una
forma de resistencia creativa, frente a las propias categorías estéticas del
autor, generadas por el poder, y frente a las categorías interpretativas,
clasificatorias, que maneja el receptor, también diseñadas por el poder.
Los
colores y los trazos, entonces, desvelan las zonas difusas del sujeto, lo que
se cuela por los poros que deja el sistema: lo anormal, lo que no encaja, lo
que ni siquiera se puede definir. La praxis liberadora es un fluido que
atraviesa el papel y desata “la oscura violencia repetida del deseo que agita
los límites de la representación”, como dijo Foucault.