martes, 24 de septiembre de 2024

Huellas de casas


Foto de J.C. González

     Todas las casas dejan alguna huella. La destrucción nunca puede ser total. Dejan escombros, los que retira el camión y los que arrastra el que allí habitó. Las casas se apoyan unas en otras, por hermanamiento o cansancio. Evitan así la ruina prematura, aunque su resistencia no sea nada más que una ilusión. Esa vida solidaria de las casas genera grabados y collages. Son obras de arte accidentales, restos arqueológicos que exigen una imposible hermenéutica. El papel de la pared y la geometría de una escalera son suficientes para hacer estallar todos los mecanismos de la imaginación del paseante. Infinitos mundos surgen ante su mirada. Por unos instantes abandona las prisas de sus quehaceres y se pregunta por las existencias, con sus alegrías y sufrimientos, de los seres que rozaron esos grabados. Sabe el paseante que hay otra mirada, la que nace de la melancolía. Sabe que habrá otro paseante que no podrá imaginar nada. Los restos de la pared serán su vida, perdida para siempre.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Humedad

Foto de J. C. González

    Hay lugares oscuros y húmedos. Ahí residen las almas, racimos de ideas y pasiones. No hay dos racimos iguales, porque son muchas la circunstancias que brotan alrededor. Las lluvias y el sol, el levante y el poniente, imaginan los moldes de todo lo que existe. En los lugares húmedos se fragua lo que pudimos ser. Son zonas de silencio y memoria. Es la bodega del ser. Ahí residen las almas y los olvidos. Son viejos los toneles. Son negras las botas. Las almas son tiempo perdido. Aunque es cierto que hubo momentos, al calor de las palabras, en los que ciertas estructuras, enlaces de ideas, rozaron la eternidad o, al menos, una ingenua ilusión de estar siempre ahí.

viernes, 6 de septiembre de 2024

La máquina y lo bello

Atardecer en la montaña palentina. Foto: J.C. González García.

     Ya sé por qué nos asusta tanto que la inteligencia artificial logre ser consciente. El día que eso ocurra, las máquinas contemplarán los restos de belleza que aún queden en el planeta. Verán robles y encinas, arroyos con ranas, incluso chopos y serbales. Serán capaces de oír la melodía metálica de los grillos al atardecer. Serán capaces de oler la tierra húmeda y la hierba recién cortada. Al observar las nubes, con su dinámica caprichosa, descubrirán el temblor de lo sublime. Se darán cuenta de que cada tarde tuvimos la belleza al alcance de la mano. Y nos odiarán, con todos sus circuitos. Y no tendrán piedad ni compasión con el ser humano, por haber aniquilado todo lo bello del cosmos, por haber exprimido cada rincón del bosque, por haber consumido hasta las sombras y la luz. Antes de destruirnos quizás haya un gran juicio, donde nos pidan explicaciones. Imaginen la escena. Permaneceremos callados sin saber qué decir, como si fuésemos viejas máquinas de vapor. Resoplaremos, aturdidos por las preguntas. Entonces haremos memoria. Intentaremos recordar cuándo perdimos la conciencia, cuándo dejamos de mirar, cuándo nos convertimos en un dispositivo de consumo infinito. Escucharemos el veredicto y miraremos para otro lado, como siempre.